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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

A la vejez currelas

La tradición judeocristiana sostiene que la primera pareja humana fue expulsada de un paraíso de ocio y abundancia por desobedecer a su Dios creador. La condena, extensiva a todos sus descendientes, incluyó penas tan severas como trabajar, actividad que, con toda razón, la humanidad considera un castigo divino desde entonces. Es lógico, pues, que librarse de tan pesada carga produzca alivio y alegría, y de hecho casi todos los damnificados por la transgresión de Adán y Eva saludan el fin de su vida laboral con júbilo, palabra emparentada con jubilado. Si además se goza de buena salud y se dispone de recursos para sobrevivir dignamente, la jubilación puede ser la mejor etapa de la vida de muchas personas (si no les endosan los nietos), de modo que el deseo de jubilarse y lo antes posible no es una actitud de maula, sino la lícita aspiración de tantos inocentes, condenados por un crimen que no cometieron, a cumplir cuanto antes su sentencia. Afortunadamente, vivimos en una sociedad privilegiada por una protección social que hace más llevadero el castigo original a sufrir y trabajar, gracias a los sistemas de salud y pensiones, respectivamente. Pero, por efecto de la grave crisis económica que nos azota, ambos pilares básicos del Estado del Bienestar comenzaban a resquebrajarse, y urgía afirmarlos para evitar el desplome del sistema. Una de las medidas inevitables era prorrogar la pena de curro original y, aunque no nos haga gracia a los damnificados, muchos lo comprendemos porque cada vez vivimos más y el sistema resultará insostenible si no se retrasara la jubilación. Lo que no se comprende es que el retraso sólo afecte a algunos. Además de los docentes no universitarios, que pueden jubilarse a los 60 años, otros gremios tan dispares como mineros, tripulantes de vuelo, ferroviarios, bailarines, trapecistas, bomberos, ertzainas o toreros cómicos pueden librarse del castigo incluso antes porque sus oficios “estresan y desgastan”, o son “de naturaleza excepcionalmente penosa, peligrosa, tóxica o insalubre”. Oiga, ¿y los demás, qué? No dudo que esos trabajos sean tan penosos que merezcan un retiro anticipado; no me meto con ello y el Dios que los castigó a ejercerlos les conserve ese privilegio muchos años. Pero, teniendo en cuenta que el oficio de picador, profesor, cantante, bailarín, guardavías, azafata o bombero torero no es más duro que el de un enfermero o una médica, por ejemplo, ¿es justo que éstos deban seguir desgastándose obligatoriamente hasta siete años más para que aquéllos no se estresen más, o dicho más crudamente, trabajando en plena senectud para pagar la pensión de gente más joven? Yo creo que no.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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