Una de las calles logroñesas cuyo nombre quiere cambiar el Ayuntamiento, excitado por la llamada Ley de la Memoria Histórica, es la de Calvo Sotelo. Como esta ley pretende entre otras cosas borrar de la memoria ciudadana todo símbolo o recuerdo del régimen franquista, este ignorante se interesó por la biografía de un personaje al que siempre creyó desaparecido antes de la rebelión militar que originó aquél. Tras beber en diversas fuentes históricas, de las que manan aguas de distintas composiciones y ninguna suficientemente clara (para unos fue un fascista antirrepublicano que instigó el golpe de Estado y para otros un político de la oposición víctima de un crimen del mismo Estado), parece indiscutible el siguiente resumen biográfico: José Calvo Sotelo fue un Abogado del Estado de derechas que desempeñó diversos cargos en la Administración monárquica y que, siendo diputado de la II República y debido a sus ideas políticas fue detenido ilegalmente e introducido en una camioneta donde recibió dos tiros en la nuca. Como no entendía que demócratas quisieran retirarle la calle a un representante de la voluntad popular asesinado por defender desde su escaño una postura política, por radicalmente antigubernamental que fuera, seguí leyendo cosas. Así supe que los matones que lo arrancaron por la noche de su domicilio para asesinarlo al más puro estilo etarra eran guardias de Asalto (la policía republicana) y militantes del PSOE pertenecientes a la Motorizada (milicia paramilitar de los socialistas madrileños), que el pistolero era un guardaespaldas del pluriministro socialista Indalecio Prieto y que el crimen se cometió cinco días antes del alzamiento, con lo que este hombre difícilmente tuvo que ver con el régimen franquista que manipularía póstumamente su figura declarándolo “protomártir de la Cruzada”. Un mes antes de su asesinato, sintiéndose amenazado, Calvo Sotelo pronunció en sesión parlamentaria el célebre “la vida podéis quitarme, pero más no podéis, etc.”. Pues se conoce que sí, porque los herederos ideológicos de sus mortales enemigos se disponen a quitarle hasta la placa, con lo que, dado que la verdadera muerte es el olvido, consumarán así la de aquel lejano oponente político cuyo rastro histórico pretenden borrar apelando paradójicamente a una “memoria histórica” que se me antoja corta, parcial, sectaria y de un trasnochado revanchismo. A mí la placa de Calvo Sotelo no sólo me molesta lo mismo que la estatua de Indalecio Prieto o los impactos del tejerazo en el techo del Congreso, absolutamente nada, sino que opino que debería dejarse todo donde y como está, pero no como homenajes sino justamente como recordatorios de historias que no deberíamos olvidar para que no se repitan jamás.