Homo noctambulus
El hombre es un animal diurno cuyo biorritmo precisa un descanso nocturno de ocho horas, iniciado preferiblemente antes de medianoche. Otros bichos, gracias a un sistema sensorial que les permite cazar en la oscuridad, depredan por la noche y descansan durante el día. Es el caso de aves como el búho, felinos como la gineta, pequeños mamíferos como la mofeta e incluso primates como el mono lechuza, todos los cuales viven en la selva o el campo. Pero hay un homínido de la especie homo stupidus (antes sapiens), el homo noctambulus, exclusivamente urbano. Más que definir una subespecie, el noctambulismo caracteriza una etapa en la vida del stupidus que se extiende desde los 15 años hasta entrada la cuarta década, en la que suelen sentar la cabeza. Su hábitat natural es la llamada “zona” de “marcha” o espacio urbano plagado de bares, cafés, discotecas, pubs, clubes, afters y demás centros cuturales.
Los sociólogos afirman que “salir de marcha” es como ir de fiesta, o sea, experimentar la vivencia ritual y grupal del caos y el desorden en un espacio donde se invierten los valores que dominan en la vida social, y se permite la expresión de los impulsos primarios reprimidos en el espacio formal y la trasgresión del orden bebiendo, bailando, voceando, evacuando la bochincha repleta de garrafa en pared y divirtiéndose hasta el agotamiento. Las principales razones para el éxodo nocturno son juntarse con sus congéneres, escapar de la rutina cotidiana y escuchar música, y en menor medida, ligar o drogarse. La vida nocturna, en fin, les permitiría escenificar la ficción de que son libres, actuando con mayor despreocupación y olvidándose de sus obligaciones y de la formalidad cotidiana, buscando sensaciones momentáneas que hagan olvidar la dureza de la semana laboral y la falta de expectativas.
Ya. Pero resulta que los que más motivos tienen para desconectar de la dura rutina y descansar durante el fin de semana, los homos progenitores, pasan esas noches bajo la tensión derivada de dónde y con quién andarán sus noctambulitos (litas, sobre todo), si respetarán la hora pactada tras otra bronca, si habrán bebido, fumado o cosas peores, o pasado frío, consultando varias veces la hora en la duermevela, y las mañanas siguientes evitando hacer ruido para no despertar al vástago que se acostó cuando ellos se levantaban (alguien me contó que su hija le recriminaba que orinase porque le molestaba el chorrito cayendo al inodoro) y que, cuando le despierten entre gruñidos para comer, se encontrará la casa recogida, la mesa puesta, la ropa planchada y la paga con que financiar la próxima trasnochada. De este modo tan traumático regresará al insoportable orden establecido del que, criaturas, sólo cabe escapar saliendo el siguiente sábado a invertir los valores por tascas hasta el amanecer.