La pasada semana leí una noticia que me dejó estupefacto. No era ese déficit del 8,51% del PIB que nos sume en una depresión no ya económica sino claramente psíquica. Tampoco la impudicia sindical de convocar la próxima algarada callejera un 11-M con la indecente adhesión del PSOE. Ni siquiera cosas como que Griñán pretenda seguir tocando la chirimía ante el fondo de reptiles de la taifa andaluza, que una tipa como Fernández de Kirchner califique la inhabilitación de Garzón de “afrenta contra la justicia universal”, que llenar el depósito cueste 13.000 pesetas, que una suiza de 66 tacos para gemelos o que un torero tuerto de cornada vuelva a plantarle cara a un morlaco (aunque, con la que le ha quedado al pobre, lo mismo los mata del susto).
Nada de eso. Era porque el padre de una quinceañera a la que había castigado sin salir fue arrestado por la policía y conducido ante la justicia como presunto autor de un delito de detención ilegal y posible desprotección a la menor. Resulta que la denuncia de la menor activó un protocolo respaldado por el Código Penal, hipersensible hacia ciertos temas desde su última reforma, y el padre fue detenido mientras la niña era internada en un centro de acogida de menores y la madre era acusada de colaboradora por aprobar el correctivo. O sea, que si tu hija/o adolescente comete cualquier trastada propia de su edad o suspende hasta en gimnasia y le prohíbes trasnochar el fin de semana, privándolo de asistir a la Adoración Nocturna, ¿te puedes encontrar el lunes por la mañana con una pareja de la Guardia Civil llevándote a comisaría por desamparo y secuestro? Me niego a creerlo y, como ha declarado el Fiscal de Menores, algo más habrá detrás de esta alarmante historia.
Pero, aunque así no fuese, la cosa tendría su lado bueno. Porque, si a usted le ha tocado en suerte uno de esos hijos tiranos que hacen la vida imposible a sus padres y no supiera cómo librarse de él, sería tan fácil como prohibirle salir el próximo finde y cuando la criatura se rebote se le pone en la mano el inalámbrico con el número del cuartelillo marcado y se le suelta: “a que no hay para denunciarme por detención ilegal”. Si por fortuna hubiera, no tardaría en presentarse en el zulo un coche patrulla que se los llevaría a los dos sin contemplaciones. Solo que a usted lo soltarían al cabo de unas horas sin cargos, mientras que a su vástago lo retendrían en el albergue de los desamparados durante un tiempo para protegerle de su patria potestad, y de paso para enterarse de lo que vale una detención legal. No puede estar tan chupado. Seguro.