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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Impaciencia

Hace ya demasiado años cayó en mis manos un ameno ensayito titulado “El español y los siete pecados capitales”, escrito por Fernando Díaz-Plaja con elegancia y caballerosidad de otros tiempos. Esta resultona pieza de bisutería literaria no sólo me inspiró aquel opúsculo dedicado a las peores costumbres de mis paisanos titulado El decatlón riojano sino que me animó a emprender otro “tratadillo cutre” sobre nuestros pecados veniales. Sin entender por tales ni ofensas leves a la divinidad ni faltas penales, sino transgresiones de la suprema norma de convivencia que todos deberíamos observar: el respeto al prójimo. La criatura abortó pero llegué a identificar unas cuantas luego de una difícil selección, dada la abundancia de defectos colectivos que este criticón atribuye a sus congéneres. Ésta era mi lista: Bulla, Chapuza, Chismorreo, Cutrez, Extraversión,  Gregarismo, Guarrería, Impaciencia, Informalidad, Picaresca, Quejumbre y “Solidaridad”. Doce, nada menos, y eso desechando otras tantas. El guión expositivo de cada capitulillo incluía: concepto, manifestaciones, paradigma y virtud correctora.

He recordado aquel proyecto porque con el buen tiempo se sale más de casa y el comportamiento vial del celtíbero es el ejemplo que propondría para ilustrar su Impaciencia. La “intranquilidad producida por algo que molesta o no acaba de llegar” es característica del español, pero sobre todo cuando se desplaza por la calzada, a pie o motorizado, donde adquiere la categoría de peligro público. Cuando un español se dirige a alguna parte, los que se encuentra por delante o le vienen de lado no son semejantes procurando hacer lo mismo sino inoportunos estorbos, molestos obstáculos que debe sortear como sea y cuanto antes.

Y ya no hablo de los excesos de velocidad o los adelantamientos temerarios que tanta tragedia ocasionan, cada vez menores gracias a la mejora de las carreteras y la eficacia de la represión policial. Sin salir de la ciudad, peatones incapaces de permanecer en la acera que invaden la calzada para cruzar en cuanto puedan por donde les salga o con su semáforo en rojo, usuarios del autobús practicando equilibrismo con medio cuerpo fuera para detectar en la lejanía su maldita llegada tras cinco minutos de insoportable espera, coches que no se detienen nipadiós ante el paso de cebra o te pasan casi rozando cuando te lanzas a atravesarlo, el bocinazo de la décima de segundo en verde o el alcance trasero en la rotonda son ejemplos de las nefastas consecuencias que la ansiedad por llegar un minuto antes pueden acarrear al impaciente y a sus víctimas. Y de impaciente a paciente de por vida a veces sólo media un instantáneo arranque de absurda y estúpida prisa.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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