Dado que la moral distingue entre lo bueno y lo malo y la justicia entre lo lícito y lo indebido, sería lógico que ambas fuesen de la mano. Es decir, que lo justo debiera ser tan bueno como malo lo injusto. Pero la realidad de nuestro desordenado mundo demuestra lo contrario, pues el problema de la moral como código de comportamiento es que no hay una sino varias, por lo que el mismo hecho que a unos les parece aceptable puede resultar inadmisible a otros. La pena de muerte, el aborto, la eutanasia o la clonación son ejemplos de cuestiones generadoras de apasionados debates morales que nunca nos pondrán de acuerdo a todos. Pero la sociedad necesita dotarse de normas de convivencia, o saber a qué atenerse al menos, y para esto se inventaron las leyes: para definir lo oficialmente bueno y malo. En democracia, las leyes las promulgan los grupos políticos hegemónicos de acuerdo con su particular moral programática, a la que se adherirá su electorado ideológicamente afín. Así que, en muchos casos, una ley significa la imposición de la moral de un grupo a los demás. Dar muerte a seres humanos indefensos como en la pena capital o el aborto, por ejemplo, es legal en unos Estados pero no en otros, lo que ensancha el abismo entre lo lícito e ilícito y entre lo bueno y lo malo y confirma que no existe una conciencia humana sino muchas, incluso opuestas. Para los defensores de la eugenesia, por ejemplo, es correcto eliminar al feto aquejado de “fallos cromosómicos o anomalías del desarrollo causantes de enfermedades o deformidades”. Pero escuchando el estupendo jazz del ya desaparecido Michel Petrucciani, un pianista aquejado de osteogénesis imperfecta cuyo metro escaso de estatura le obligaba a trepar al taburete y tocar con el teclado a la altura del esternón a tres palmos de los pedales, o al sensacional barítono privado de brazos por la talidomida Thomas Quasthoff disfrutando y emocionando con su hermosa voz, la fronteras entre lo bueno, lo malo, lo justo y lo inicuo se desvanecen ante la grandeza humana encerrada en estas admirables personas a quienes la ley permite liquidar aprovechando su absoluta indefensión cuando todavía son embriones, no ya de magníficos artista sino de personas felices con su vida.
Si se pudiera identificar en el seno materno a los futuros asesinos, terroristas, torturadores, pederastas y demás malvados criminales, el aborto eugenésico quizá tendría justificación como estrategia de mejora de una especie tan necesitada como la humana. Pero negarles la vida sólo a los físicamente imperfectos o incompletos es lo que hacían los nazis.