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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Cultivo, cultura, culto.

Nací, vivo y espero faltar en esta bendita tierra con nombre de vino, a la que amo. La patria de mi alma, mi infancia, transcurrió en ese hermoso pueblo con aires de ciudad que se dispone a repetir su rito anual de exaltación etílica tirando kilolitros de su líquido más preciado en una orgía vínica explicativa como ninguna otra cosa de que algo impregne la cultura de un pueblo, hasta los calzones en este caso. No ignoro que esta bebida alcohólica que distingue a una Comunidad Autónoma inimaginable sin el cultivo sistemático de la vid es signo de identidad, motor económico, garantía de calidad y pábulo de prestigio. Tampoco se me escapa que tanto la propaganda comercial como la institucional pretenden que el vino riojano, reconocidamente bien hecho y justamente apreciado en todo el mundo, posee propiedades nutritivas y hasta salutíferas. Pero, trátese de un infame peleón o del más sublime gran reserva, el consumo de etanol comporta riesgos para la salud física, mental y social bebiendo menos de lo que se piensa: la alarma del riesgo se dispara a partir de los 40 gramos diarios (calcule su dosis multiplicando los grados de la bebida en cuestión por el número de centilitros y por 0,8). La intoxicación etílica aguda o cogorza está presente en numerosos accidentes, peleas, actos vandálicos, agresiones y malos tratos, y el catálogo de nefastas consecuencias del alcoholismo en la salud física y mental excede la extensión de esta columna.

Guste o no, el alcohol es una sustancia adictiva con todas las características de una droga (ansia de beber, pérdida de control, dependencia física y tolerancia) aunque sea legal y no sólo socialmente aceptada sino en muchos casos vehículo necesario para la relación social, sobre todo entre muchos jóvenes incapaces de divertirse si no se embriagan. Seguro que las borracheras de nuestros adolescentes se deben menos al peleón que a otras bebidas alcohólicas de superior eficacia tóxica en menos tiempo, pero vivir en una región donde más que la cultura se fomenta el culto al vino no ayuda a combatir esta lacra juvenil del botellón. Y ocurrencias tan descabelladas e injustas como multar a los padres de los menores que soplen hasta el coma etílico tampoco parece una buena estrategia. El consumo de un producto tan conocido y apreciado en casa y en el extranjero como el rioja quizá no necesite promocionarse a base de enobatallas, fuentes viníferas, artes porroneros, trasiegos callejeros y tanta foto copa en mano para celebrar lo que sea, que enaltecen la ingestión ceremonial de lo que no deja de ser un compuesto químico psicoactivo sin cuyo comportamiento en cerebro este planeta sería un lugar mejor donde vivir.

 

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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