Además de existir, La Rioja es desde hace seis lustros durante los que la Comunidad Autónoma benjamina ha sido gobernada por cinco presidentes durante los primeros trece años y por uno solo en los dieciocho siguientes: Don Pedro Sanz Alonso. Así que este igeano puede pasar a la historia riojana como uno de sus políticos más relevantes, junto con Ensenada, Espartero, Olózaga o Sagasta. Con la diferencia de haber sido elegido por una mayoría absoluta de riojanos en cinco elecciones autonómicas, proeza merecedora de su prestigio entre los barones de su partido. Durante esta «era Sanz», La Rioja ha consolidado su autonomía (recibiendo quizá más transferencias de las que podía soportar) y tanto la región como su capital han experimentado un notable progreso de sus infraestructuras y servicios. La extraordinaria capacidad de trabajo del presidente, su omnipresencia rayana en la ubicuidad, su férreo control del partido y un implacable dominio de la simpática satrapía riojana, donde nadie se mueve ni nada se hace sin que él lo conozca y apruebe, le han valido el excesivo pero elocuente sobrenombre de (Don) Pedrone, con el que no sólo sus detractores sino muchos de sus partidarios lo motejan en la intimidad.
Lo cierto es que Sanz ha demostrado ser un animal político, acérrimo defensor de los intereses riojanos y eficaz artesano de la gestión política en su digna dimensión regional-pueblerina, indudable poseedor de cualidades necesarias para gobernar pero también de menoscabos tan llamativos como la carencia absoluta de vergüenza que muestra su reciente propuesta de limitar a ocho años el ejercicio de su cargo… a partir de las próximas elecciones, de modo que, según las encuestas, él podría ocupar el Palacete durante veintiocho irrepetibles años, «si los suyos se lo piden» (¿alguien se imagina a uno sólo exigiéndole que se vaya?). Aunque sus adversarios políticos nunca lo reconocerán, cuando Pedro Sanz abandone el cargo esta provincia habrá mejorado de forma significativa en casi todos sus ámbitos respecto a cuando lo asumió. Pero resulta cuestionable una relación causa-efecto entre su liderazgo y tal mejora, que en todo caso no puede esgrimirse como justificación para perpetuarse en el cargo como que La Rioja c’est moi.
En su benevolente biografía de Espartero, Romanones destacó el retiro logroñés de «el general del pueblo» como su mayor acierto, pues «retirarse de verdad a tiempo de la política es cosa difícil, pero siempre provechosa». De momento, el amo indiscutible de La Rioja por la gracia del PP, que en su blog pretende transmitir una imagen imposible de simple ciudadano, asegura que le quedan menos años en el poder de los que lleva. Como dicen en Haro, también sería.