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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Escatología comparada

Como antídoto contra la tragedia universal de la muerte, las religiones teístas prometen una vida ultratumba infinita donde los creyentes resucitados recibirán el premio o el castigo merecido por su conducta terrenal. Pero con matices.

El paraíso musulmán, la Yanna, es como un resort cinco estrellas todo incluido donde los bienaventurados son jóvenes, ricos y sanos gozando sin fin de una vida dichosa, analgésica y multiorgásmica entre lujosas estancias, frondosos jardines y vírgenes ardientes, aunque ningún placer supere a la visión de Alá (se entiende la impaciencia de esos jóvenes desharrapados que en occidente llamamos terroristas islámicos por inmolarse).

El mundo celestial hinduista o Suargá es más modesto, porque el fin último del hindú no es la inmortalidad sino la disolución en el Brahman, pero quien no esté preparado regresará al mundo sensible para intentarlo de nuevo, así que el cielo indio es una especie de sala de espera de la reencarnación.

Para los judíos, este mundo (Olam Hazé) sólo es el pasillo que conduce al venidero u Olam HaBá, un edén puramente espiritual ya que tras la muerte sólo el alma liberada del cuerpo accede a la extática «adhesión al Eterno» en un mundo inmaterial pero bueno, justo y sin penas.

La iconografía del Cielo cristiano-católico, en fin, es la transfiguración de nuestros cuerpos bajo túnicas lavadas con Omo, flotando lira en mano sobre algodonosos cúmulos bajo una cegadora luz levantina, sin más gozo que el consabido éxtasis contemplativo de la divinidad, en la aburrida compañía de beatos matando la tarde eterna a pan de ángel y agua bendita.

Respecto al infierno, también hay diferencias. El islámico es una cámara de torturas donde ángeles sádicos infligen crueles tormentos a infieles y pecadores. Hindúes y judíos no lo contemplan como un lugar de castigo eterno, aunque resulta difícil imaginar uno peor para los segundos que Auschwitz. Y el concepto católico de condenación ha evolucionado desde las calderas de Pedro Botero hasta «el alejamiento definitivo de Dios», pero el infierno físico existe y es esta mierda de planeta podrido de miseria, injusticia, opresión, sufrimiento, feliz Navidad y próspero año nuevo que, al menos, se acaba cualquier día.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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