El desplante del ministro Wert a la entrega de esos premios que los cineastas se conceden entre ellos ha acrecentado mi simpatía hacia el personaje. La verdad es que la cosa ésta de los Goya inspira algunas reflexiones críticas. La primera es la apropiación para su trofeo de la efigie del segundo artista sordo más genial de la historia (el primero fue Beethoven, cuya Novena Sinfonía, que compuso para la humanidad, también fue confiscada como himno por la Unión Europea). Debe de ser para que asociemos cine con arte, y los actores y directores serán o se considerarán artistas pero el cine es ante todo una industria desarrollada por empresas privadas y autónomos cuyo producto final son películas buenas, mediocres o infumables. Visto así, la fiesta anual del gremio, aparte de una mala imitación de la entrega de los Oscar, es un evento privado, y me pregunto por qué tiene que asistir no un ministro sino cualquier representante del gobierno, y no sólo a este festejo sino a otros similares de asociaciones, entidades o empresas particulares. Si además lo utilizan para darse el gustazo de poner a parir al ministro de cuerpo presente, ¿qué esperaban? Dicho de paso, no comprendo que exista un ministerio de algo tan intangible como ese «conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres» que denominamos cultura, salvo como otra ventanilla de subvenciones estatales que, a propósito de las que recibe el cine español, ya quisieran muchas industrias de otros sectores tan asfixiados o más por la misma crisis y el mismo IVA.

Tampoco entiendo, en fin, por qué en cuanto pisan el escenario de su Gala algunos actores españoles se erigen en referentes morales de la sociedad y voceros de la oposición, pero sólo si gobierna la derecha (dio vergüenza ajena aquella identificación cejicircunfleja con el presidente del gobierno más incompetente de la democracia). Especialmente llamativa me parece la actitud de ese actor ganador de un Óscar que pudo aprovechar la ceremonia de Los Ángeles, retransmitida en directo a medio mundo, para criticar la base de Guantánamo, la guerra de Afganistán o la pena de muerte vigente en la misma California. Pero, aparte de que a esos saraos privados nunca asiste nadie del gobierno, y de que USA no es país para demagogos, lo mismo lo corren a estatuillazos o, peor aún, se la quitan. Y el Óscar bien vale hasta una lagrimita. Pero los Goya… son otra cosa.