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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Brotes negros

Los relatos y filmes de terror más estremecedores no los protagonizan muertos vivientes, criaturas monstruosas o fantasmas asesinos, sino individuos de aspecto normal e incluso respetable, y el horror que emana de lo cotidiano alcanza su plenitud cuando los autores de los más repugnantes crímenes son tan reales que puedes cruzarte con ellos por la calle. Los adoptadores de una niña a la que se quitan de encima asfixiándola. El bebé muerto por las torturas de la paridora y su inseminador (padres es mucho llamarlos). El secuestrador, violador sistemático y preñador de su propia hija. La cuidadora que se carga a ancianas para robarlas. El incinerador de sus dos hijos para vengarse de su madre. La mujer que estrangula a sus hijos con el cable del cargador por odio a su marido. O, en fin, la señora de buena posición provinciana que con la complicidad de su hija ejecuta a otra por despecho al más puro estilo etarra. Justamente mi primera reflexión sobre el magnicidio de León fue el insano alivio que proporcionó saber que no era la banda volviendo a las andadas. Es terrible, pues se trata del mismo vil asesinato a sangre fría por el mismo odio enfermizo, la misma hija desgarrada por el mismo dolor. Pero no era un atentado contra toda la sociedad sino una venganza individual, y el aparente corto alcance de la maldad tranquilizó nuestra laxa conciencia colectiva.

Aparente, porque lo peor de este abyecto crimen no es que a Isabel Carrasco la hayan liquidado pistoleras que no pertenecían a un comando liberado de ETA sino a la clase acomodada de su ciudad, sino los comentarios vertidos por especímenes de ese nuevo subgénero de gentuza propiciado por las llamadas redes sociales: anónimos cobardes que odian, insultan y amenazan, haciendo gala de su miseria intelectual y podredumbre moral. Después de cada tiro en la nuca etarra siempre se decía que el mayor problema era la masa social que los apoyaba, jaleaba y justificaba. Pues ahora están brotando por toda España semillas de odio hacia políticos a los que ya no se amenaza de pincharles las ruedas sino con pegarles cuatro tiros. Brotes negros de un cainismo ancestral que dábamos por muerto, pero que está reviviendo y que da miedo porque no nos enfrentamos a zombis con la cara medio podrida deseosos de comernos el cerebro sino a estudiantes, padres de familia y jubilados apologistas del asesinato pero también del racismo, la xenofobia o el holocausto que, como Miércoles Adams, acudirían al baile disfrazados de psicópatas peligrosos con su aspecto habitual, que es el que ofrecen los peores.

 

(el-bisturi.com)

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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