La autoridad sanitaria riojana retiró el año pasado algunos juguetes «por su potencial riesgo para la salud», la mayoría en «comercios de bajo precio» –léase, supuestamente, «chinos»–. Entre los artículos requisados se encuentran muñecas, botecitos para pompas, juegos de dardos y réplicas de móviles. No seré quien defienda a estos bazares que satisfacen el ansia consumista de bajo presupuesto ofreciendo artículos de ínfima calidad. Pero me asaltan algunas peguntas: ¿En qué rigurosas evaluaciones científicas se basará la retirada del mercado de un sonajero, una pintura para dedos o un perrito de arrastre por peligro de intoxicación, asfixia o infección? ¿Se habrá comunicado alguna de estas potenciales graves lesiones por alguno de los juguetes retirados? ¿Alguna criatura intoxicada por una muñeca –¿al comérsela cruda, quizás?–, atragantada con una pila de botón o infectada por inflar burbujas? ¿Se habrán buscado también microorganismos en juguetes de fabricación nacional? ¿Las «piezas pequeñas» detectadas en algunos juguetes son inferiores a las de las europeas Lego o Playmobil?
A ver, estoy seguro de que se habrá aplicado la normativa de consumo en este caso. Mi crítica se dirige precisamente a la hipocresía de una legislación sanitaria que «protege» a los niños prohibiéndoles espirar para insuflar pompas, por ejemplo, pero permite que aspiren pasivamente el humo de un veneno legal, el tabaco, de cuyos graves perjuicios para la salud sí existe sobrada evidencia científica. Resulta incongruente, por no decir desvergonzado, que se pueda irrumpir en un comercio, da lo mismo si es chino o con ocho apellidos riojanos, para incautarse de cuatro mierdas mucho más inofensivas para la salud individual y colectiva que los cigarrillos expendidos libremente en el estanco contiguo, pasando de largo por un botellón donde siete de cada diez adolescentes riojanos se emborrachan desde los 13 años. Por no hablar de la primera causa de intoxicación, enfermedad y fallecimiento por ingestión de algo: los fármacos. En España, los efectos adversos por consumo de medicamentos provocan un tercio de las urgencias hospitalarias y más muertos ya que los accidentes de tráfico. Pero a ver quién mete mano a la industria farmacéutica, tercer negocio mundial tras la venta de armas y el narcotráfico, y a los sistemas sanitarios que la nutrimos. Cuando se puedan intervenir cajetillas, garrafones o algunas boticas hoy tan legales como perjudiciales lo mismo que muñecas, maquillajes y burbujas de jabón, empezaremos a creer en el derecho a la protección de la salud consagrado en la Constitución.