Hoy están casi olvidados pero en tiempos los chistes de Otto y Fritz fueron muy populares. Sus protagonistas eran dos personajes alemanes, simplones y estúpidos a más no poder, cuya absurda percepción de la realidad y consecuente ridícula solución a los problemas hacían las delicias de la germanofobia. La chanza surgió en Suramérica a principios del XIX para burlarse de los inmigrantes alemanes (¡qué vueltas dan las cosas!) y sirvió a los aliados de ambas guerras mundiales para utilizar el humor como arma de satirización masiva. De chaval aún llegué a escuchar en casa algún chiste de Otto y Fritz parecido a éste: «–Fritz, ¿recuerdas que encontré a mi mujer abrazada a otro hombre en el sofá? –Claro, Otto. –Pues he resuelto el tema para siempre –Qué hiciste, Otto, ¿matar al amante? –No Fritz, he quitado el sofá».
Pero los alemanes ya no sólo no emigran al Cono Sur ni invaden países sino que son los más ricos entre los ricos de una Europa convertida en la tierra prometida para los que no poseen comida ni agua ni trabajo ni educación ni vivienda ni sanidad ni paz ni libertad ni dignidad ni esperanza ni absolutamente nada de nada: los llamados «inmigrantes ilegales», o sea fugitivos del horror perseguidos sin piedad por los cinco jinetes del Apocalipsis (el quinto es la vesania yihadista), desheredados que prefieren sucumbir en el desesperado intento de escapar de un infierno peor que la muerte. Los escandalosos ahogamientos en el Mediterráneo forzaron una cumbre europea en Bruselas en la que modernos Otto y Fritz (Angela, François, Alexis, Matteo, Mariano y compañía) guardaron un minuto de silencio antes de simular que buscaban «soluciones urgentes» al problema. Y el «problema» no es la inmensa tragedia humana agolpada en la orilla pobre del Mare Nostrum aguardando la arriesgada oportunidad de salvarse, sino su indeseable llegada a las playas sureuropeas repletas de privilegiados tostándose la panza entre chapuzón y birrita mientras sus cachorros levantan castillos de arena. El problema no es la gangrena que devora al sin techo moribundo abandonado en la calle sino el insoportable hedor de su carne putrefacta colándose por la ventana del salón a la hora de la cena.
Por los despachos de la Unión Europea podría estar circulando este chascarrillo: «–¿Sabes, Matteo?, Donald y los chicos te vamos a resolver el fastidioso asunto de los negros que se ahogan intentando arribar a tu Sicilia. – Estupendo, Jean-Claude, y qué haréis, ¿acabar de una vez con las masacres, las hambrunas, las torturas, la miseria, las mafias, la intolerancia religiosa, los señores de la guerra y el Estado islámico? –Mucho más fácil, Matteo: hundiremos sus pateras para que no puedan zarpar».
Otto y Fritz han vuelto.