Desde mi punto de vista, en España solo hay un lugar más hermoso que el valle de Ordesa en primavera: el valle de Ordesa en otoño. Porque a las maravillas que ofrece todo el año –cumbres, cañones, cascadas– se añade la espectacular otoñada o explosión de colores por contraste cromático entre los árboles de hoja perenne y caducifolios que tapizan este maravilloso rincón del pirineo aragonés.
Por otro lado, según mi oír y entender, en la historia de la música no hay páginas más deliciosamente bellas que las compuestas por Wolfgang Amadeus Mozart, y como muestras invito a escuchar a quien no conozca el etéreo motete «Ave verum corpus» o el no menos sublime trío «Soave sia il vento» de la ópera Così fan tutte (están en YouTube).
Para mi gusto, además, ni el más sofisticado manjar diseñado en un laboratorio de alta cocina puede proporcionar más placer gastronómico que un buen tomate en ensalada, unas patatas a la riojana, un huevo frito con pimientos, el tocino de la olla o un postre tan humilde como la torrija.
También, en fin, me da en la nariz que ni el perfume más caro de los anunciados en la tele con susurros en inglés supera las fragancias del heno recién segado, la brisa del océano o el azahar en una noche de verano.
Acabo mi recorrido por la excelencia sensorial opinando que ni los más lúbricos tocamientos de alcoba dan más gustirrinín que acariciar la piel de tu bebé recién bañado y perfumado mientras duerme como un bendito en tu regazo.
(Verán, es que alguien se ha apostado conmigo una cena, donde quiera el ganador, a que no soy capaz de escribir una columna sin réplica posible, sea velada o directa al hígado. Y aunque creo que será difícil discrepar de ésta no las tengo todas conmigo, porque con tanto susceptible suelto raro será que no se me rebote alguno. Lo peor no sería perder la apuesta porque es un buen amigo al que no me importaría convidar, aunque con el morrito que gasta no tendría piedad con mi bolsillo. Es que en las comidas bebe más agua que un dromedario, y como al parecer nuestros restaurantes carecen de agua de la canilla, con lo buena que sale, se hincha a botellines de agua mineral –tampoco les venden botellas de litro, se conoce– con lo que acabas pagando más por el agua que por el crianza de la casa. Así que espero haber escrito una columna afable y nada acrítica aunque más sosa que la sardana y falsa que algo chino, tan excitante como imaginarse a Carmena en picardías o a Montoro en tanga y menos interesante que las declaraciones de un futbolista, pero incontestable.)