Después del paro, la corrupción es la segunda preocupación para los españoles encuestados por el CIS, aunque ha bajado del 55,5% de enero al 39,5% en septiembre, lo que demuestra la influencia mediática en la opinión pública: cuando el asunto afloja en portadas y telediarios la gente se indigna menos aunque el problema siga siendo el mismo. Pero al parecer en España no hay una corrupción sino varias, y sería deseable afinar al respecto para saber de qué estamos hablando.
Para empezar, existen una corrupción crispante y otra simpática. Ejemplo de la primera es el ex político y banquero Rodrigo Rato, investigado –que no condenado– por presuntos delitos económicos y tributarios. Cada vez que este señor sale serio y cabizbajo de un juzgado, o de su casa, una furiosa chusmilla arremolinada en la acera de enfrente sin nada mejor que hacer esa mañana prorrumpe en gritos, pitadas e insultos durante los segundos que el presunto delincuente tarda en meterse en un coche que sale pitando de allí. Junto a esta corrupción de «tolerancia cero», esa memez como se dice ahora, hay otra más complaciente (¿tolerancia cinco?, ¿diez?, ¿cincuenta?) personificada en el astro del balompié mundial Leo Messi. Investigado por otro presunto delito fiscal, cuando el jugador abandona el juzgado sonriendo con el pulgar erecto, otra ociosa chusmilla alborozada le hace el pasillo aplaudiendo, jaleándolo y pidiéndole autógrafos, como cuando la Pantoja sale del trullo con permiso.
Tampoco es lo mismo corrupción de izquierdas que de derechas. Que el PSOE monte en Andalucía el régimen posiblemente más corrupto de Europa durante décadas no le impide sigue gobernando, esta vez con el visto bueno de un partido emergente que va de paladín de la limpieza anticorrupción. Y no es que el fuerte castigo electoral al PP por sus Gürtel, Bárcenas Púnicas y Ratos (nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos) sea inmerecido. Se lo han ganado a pulso, por su pésimo tratamiento del cáncer que los devora y por no enterarse de que sólo su corrupción es imperdonable. Y qué decir de la putrefacta Convergència, partido de la burguesía catalana soportado por la izquierda más radical con pinzas en la nariz con tal de sumar apoyos al ensueño independentista.
Y hay, en fin, una corrupción visible y otra tan sumergida como la economía en cuyo fango chapotea. Protagonizan la primera un puñado de casos estrella y la segunda millones de corruptillos, cuyas corruptelillas suponen el 25% de la riqueza nacional, algunos de los cuales se agolpan frente a los juzgados para linchar siquiera verbalmente a sus campeones caídos en desgracia.