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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Homo immóvil

No es una errata. Immóvil es un neologismo compuesto por los vocablos imbécil y móvil. Entiéndase por tal un individuo que está como imbecilizado, atontado o alelado por causa del hábito adictivo de última generación: el teléfono móvil. El immóvil no es un idiota congénito que usa móvil, sino un tipo más o menos normal a quien el abuso patológico del esmarfón está convirtiendo en un ser más estólido que la media de cuando no existían estos aparatos. Dado que en España hay más móviles que habitantes, el número de immovilizados que infestan el país pueden contarse por millones y ya podemos considerar la immovilitis como la mayor pandemia de nuestra historia.

Los españolitos adquieren la enfermedad a edad cada vez más temprana, dado que la tontuna paterna ya instaurada se transmite a los retoños con el regalo de su primer móvil por la comunión, Navidad o el cumple. Por la calle pululan alevines de immóvil sentaditos en un banco dale que te pego al moderno vicio solitario en pandilla. Los chavales ya no leen ni juegan, se pasan el día grabándose y enviándose, recibiendo y descargándose tonterías por un artefacto que aparte de esclavizarlos se está convirtiendo en un instrumento de acoso al servicio de una maldad infantil cada vez más presente en los futuros recambios de una sociedad mediocre y mezquina.

Pero lo de las crías no es nada comparado con los ejemplares adultos, presuntamente dotados de cierto sentido común y algunos incluso de inteligencia. Como no me quedan líneas para explayarme sobre la dependencia y el abuso que hacemos del odioso móvil, sólo una reflexión: ¿cómo nos las apañamos para sobrevivir tantos años sin algo que hoy resulta imprescindible, todo el santo día aparato en mano? Ya es imposible encontrarse con alguien sin que a los pocos segundos emita algún sonido procedente del puñetero móvil. La dependencia toxicomaníaca de este nuevo invento del Maligno en aras de una hipercomunicación basura, además de imbecilizarnos, nos está privando de la poca intimidad, independencia y en definitiva libertad que nos quedaba.

Supongo que la extraordinaria propagación de esta droga del siglo veintiuno tendrá que ver con su fácil accesibilidad y relativa gratuidad. Y que en España se consuma más que en otros grandes países europeos demuestra que el abuso sistemático de lo que no exige un desembolso inmediato es uno de nuestros vicios nacionales predilectos. Por favor, empiecen a cobrar algo por cada guasap, esemeese, email, tuit y mensaje de feisbuc. Es urgente. Está en juego la supervivencia de una civilización que, las cosas como son, ya era bastante estúpida mucho antes de la era immovilista.

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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