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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

El fútbol es así

Si usted es forofo del fútbol será mejor que no lea este duro alegato contra un deporte-espectáculo que siempre he detestado. Puede que se ahorre un enfado y yo una réplica indignada.

Es un gran misterio de la Humanidad que una actividad lúdica tan primitiva como disputarse una pelota con los pies se haya convertido en el mayor y más apasionado fenómeno de masas de la civilización occidental, y que colarla de una patada entre tres palos provoque multitudinarias reacciones de euforia incontenible o inconsolable desolación, según el bando. Mi aversión al balompié obedece a tres razones: ética, social y traumatológica.

Desde una óptica moral, el mundo del fútbol está corrompido a nivel planetario. Y no me refiero solo a los amaños, sobornos, blanqueos, «apropiaciones indebidas», fraudes fiscales ni al juego sucio. Es inmoral pagar escandalosas millonadas por metegoles con tantos jóvenes bien formados sumidos en el paro, el subempleo o la emigración.

Bajo un punto de vista sociológico, Marx fliparía con que un juego haya sustituido a la religión como opio del pueblo. En este país de idólatras, el culto a los cracks ha sustituido al de los santos, ya no se veneran reliquias sino trofeos, el cielo y el infierno consisten en ganar o perder y el becerro ha derivado en un balón de oro reverenciado por esta sociedad descarriada que nunca concederá la llave inglesa, el fonendo, la espátula, el bolígrafo, el pico, la nasa o el azadón de oro. Las hazañas y las tonterías de estos ídolos de barro acaparan la atención de los medios y la opinión de mucha gente sin mejor tema de conversación. Y, como si en el estadio flotaran efluvios neurotóxicos, muchos respetables ciudadanos, diluidos en la masa descerebrada, se transforman en hinchas fanáticos que liberan lo peor de sí mismos: insultos, agresividad, odio, racismo, xenofobia, violencia en definitiva.

El tercer motivo de mi antipatía por el fútbol es el menos discutible: su práctica es una fuente de morbilidad del aparato locomotor de tal magnitud que debería considerarse un problema de salud pública. Cualquier otra actividad productora de una pandemia de traumatismos evitables que ocasionan infinidad de lesiones, exploraciones, tratamientos, incapacidades, costes y secuelas permanentes estaría prohibida. No me refiero tanto a los jugadores profesionales, allá ellos, como a tantos jóvenes y no tan jóvenes aficionados que arruinan para siempre su rodilla en un instante por algo tan estúpido como poseer el balón.

Y lo peor de este «deporte rey» corrompido en los despachos, embrutecedor de las gradas y brutal en el campo es que, según la profunda exégesis de sus teóricos e intelectuales, «es así». Y así nos va.

 

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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