Por el bien de España creo que Rajoy debería irse a casa. Pero, si la alternativa son Sánchez, Rivera y/o Iglesias, mejor que siga hasta que surja otro que sepa algo de gobernar. Este cuarteto encarnador de sendos pecados políticos capitales: Pereza, Ambición, Bisoñez y Soberbia con el denominador común de la Intolerancia, está formado por un profesional con ocho trienios de experiencia cuya gestión es menos censurada por sus hechos que por sus omisiones, al que se enfrentan tres machos vírgenes ansiosos por echar de la manada al jefe viejo para darse el primer revolcón de poder cuando la pasión amorosa que fluye en los despachos resuelva el complicado cortejo nupcial. Como ninguno de los tres ha gestionado ni su comunidad de vecinos, sólo pueden ofrecer palabrería aderezada con vagas intenciones y, para encandilar a la tribu, las tres cabezas de esta monstruosa oposición visceral al PP no paran de repetir hasta el hastío los mismos tres mantras: Cambio, Progreso e Igualdad.

El Cambio está bastante claro: de gobierno, o sea de partido político en el poder, es decir, quítate que me pongo y echo a los tuyos para colocar a los míos, que ya os vale y ahora nos toca a nosotros. El Progreso, también; de las dos definiciones del término, (1) mejora que experimenta una persona a un estado mejor y (2) desarrollo continuo de una sociedad en todos los aspectos, hay que ver cuánto progresan y se desarrollan algunos cuando salen del poder al que llegaron con lo puesto.

En cuanto a la Igualdad, uno de los tres ideales de la Revolución Francesa que al final se quedó en que cabezas plebeyas y testas coronadas cayeron al mismo cesto, la cosa se complica. Partiendo de que siempre habrá seres humanos listos y tontos, currantes y mantas, honrados y pícaros, cultos y necios, bondadosos y malvados, la igualdad es una utopía izquierdista clásica que tras el fracaso del experimento comunista se conforma con el igualitarismo. Es decir, con una rebaja del listón de la excelencia que sólo se supera con mérito, esfuerzo y lícita ambición hasta colocarlo a la cómoda altura de los mediocres, encantados con el plan porque los partidarios de la igualdad de derechos pero no de obligaciones son mayoría absoluta. El proceso comienza en el aula machacando al alumno brillante con la necesaria colaboración de los peores estudiantes, continúa con la emigración de los mejores y finaliza con la confiscación de las rentas a los que más se esfuerzan para subvencionar a los que menos, cuanto más mediocres más dependientes de las ubres materiales e ideológicas de un Estado que sólo debería procurar una igualdad: la de oportunidades. Y después, Quod natura non dat, Res publica non praestat. O sea, que donde no hay mata no hay patata.