(Apuntes para una Tetraplejía política)
Prólogo: El oro del Ruin
El orden establecido en un mundo regido por el dios Votan se tambalea cuando el tesorero de los pepechungos roba parte del tesoro y, despechado por el abandono de los suyos al ser descubierto, tira de la manta revelando su procedencia ilícita: la comisión apoquinada por los gigantes de la construcción para edificar su morada.
Primera jornada: La Pantirria
Castigados por Votan, los pepechungos pierden el poder absoluto y deben buscar alianzas con otros clanes para mantener la hegemonía. La estirpe de los riverungos, rama desgajada del fresno común, se muestra hostil al antiguo tronco y ofrece su apoyo a los petrovingios, enemigos mortales de los pepechungos. Aprovechando la coyuntura, de los confines del mundo irrumpen los podemundios, bárbaros escindidos de los hunos, algo ilustrados, que ambicionan conquistar el mundo con ayuda de unos petrovingios apoyados por los troles pecegundios, con la secreta intención de exterminarlos después a todos. Incapaces de pactar con nadie, hunos y otros terminan profesándose la misma tirria universal.
Segunda jornada: Sufrido
Como dios supremo, Votan necesita que las cuatro tribus se pongan de acuerdo para salvaguardar el orden establecido y por tanto su propia supervivencia. Angustiado, promueve el surgimiento de una nueva raza de héroes sumisos que deberán soportar resignadamente y sin quejarse la situación, con la misión de redimir al mundo del caos. Pero su adalid, el joven Sufrido, se rebela contra dioses, gigantes, tribus y elfos y encabeza un movimiento de liberación que persigue suprimir el poder corrupto en aras de una Humanidad regida por la justicia y el amor.
Tercera jornada: El ocaso de los clanes
Amenazados por la entusiasta reacción provocada por Sufrido en un pueblo cansado de guerra interminable entre pepechungos, petrovingios, podemundios y riverungos, los jefes de los cuatro clanes se confabulan para liquidarlo. Tras acordar una tregua, invocan a Votan para que obligue a sus gentes a rendirles pleitesía cada seis meses, con el propósito de acabar con ellos por agotamiento. Sufrido contraataca con fuerza, obligando a los caudillos y sus secuaces a refugiarse en la fortaleza de Votan, paralizados y con el culo prieto (el mítico «anillo»). Sufrido ordena rodearla de leña y prenderle fuego. Las llamas devoran el sagrado Hemiciclo del Vacaskhala, donde clanes y dioses reunidos alcanzan su merecido fin. La humareda ennegrece un cielo del que surge una aflautada voz en lo alto: «No se os puede dejar solos».