A estas alturas de la Historia, condenar algo tan perverso como el nazismo es una obviedad sin sentido. La maldad intrínseca de aquel régimen totalitario criminal, belicista, represor, racista y genocida es tan indiscutible que sobra decir lo malos que fueron los nazis. Todavía setenta años después de su derrota, la simple visión de una cruz gamada pintarrajeada en una pared repugna; en muchos países negar el Holocausto es un delito castigado con dureza, y los movimientos neonazis que brotan por el mundo como setas venenosas provocan el rechazo unánime de la gente de bien, preocupada ante el resurgimiento de una ideología que supura xenofobia, racismo y odio en definitiva. Pero miren, la vesania nazi solo duró los doce años transcurridos entre la conquista del poder por Hitler en 1933 (ganando unas elecciones con el 44% de los votos, por cierto) y el colapso de la Alemania nazi en 1945.
Pues bien, el año que viene se cumplirá un siglo desde la Revolución de Octubre que implantó en Rusia el otro gran régimen totalitario del siglo XX, el comunismo. Contemporáneo del führer, el padrecito Stalin instauró en los años treinta un régimen de terrorismo estatal que unido a las catastróficas consecuencias de su política agraria provocó más millones de muertos que todos los fascismos juntos entre hambrunas, purgas y genocidios. El estalinismo duró entre la toma del poder del tirano en 1929 hasta su muerte en 1953, aunque la represión continuó hasta la desintegración de la URSS. Pero los crímenes del comunismo no se limitan a la antigua Unión Soviética. «El libro negro del comunismo», una obra colectiva de profesores e investigadores europeos publicada en 1997, estima en cien millones las víctimas de la represión comunista en todo el mundo, sobre todo en China (¡65 millones!, y el retrato del mayor asesino de la historia presidiendo todavía la plaza donde comenzó su locura criminal), URSS (20), Corea del Norte y Camboya (2), Vietnam (1), África (1,7), Afganistán (1,5) y Europa Oriental (1). Tras cien años de gloriosa existencia, comunismo es sinónimo de represión de las libertades, persecución, crímenes contra la Humanidad, corrupción, miseria y fracaso absoluto de un modelo económico y social.
Así que resulta paradójico que exaltar el nazismo sea un delito mientras el comunismo no solo es legal sino que goza de cierta simpatía y hasta de un inexplicable prestigio entre la izquierda democrática. Y también que en nuestro país el rescoldo comunista sea socio de un movimiento político que agita la bandera del Cambio valiéndose de una hoz y un martillo que a muchos nos provocan las mismas náuseas que la Hakenkreuz (esvástica). ¿De verdad no saben qué los desinfló el 26 de junio?