Días atrás las opiniones pública y publicada riojanas se han volcado en elogiar las inconmensurables proezas de dos riojanos: el ciclista de montaña Carlos Coloma (1981) y el matador de toros arnedano Diego Urdiales (1975). Sus últimas hazañas han consistido, respectivamente, en el tercer puesto del campeonato olímpico de triscar montado en una bici y en salir del coso bilbaíno a hombros exhibiendo las orejas amputadas a su penúltima víctima, de nombre «Atrevido» (2011). Éxitos merecedores de gran repercusión mediática, honores institucionales y el desbordado entusiasmo de sus paisanos, orgullosos de tener por convecinos a un deportista y a un torero que a base de esfuerzo y talento han escalado hasta lo más alto de sus escalafones.
No pretendo restarles mérito a estos dos riojanos triunfadores. Sin duda son buenos en lo que hacen, y eso merece mi reconocimiento aunque que no me guste lo que hace uno de los dos, tirado acertar cuál. Sólo pretendo llamar la atención sobre los muchos jóvenes riojanos de altísima cualificación académica o con vocación científica e investigadora que muy a su pesar han de dejar su tierra, su familia y sus amigos, de emigrar, vaya, para buscarse un hueco en la comunidad científica internacional. El neurocientífico logroñés Ignacio Sáez (1979), un ejemplo que conozco muy bien, lo ha conseguido tras catorce años de duro trabajo en los muy competitivos Estados Unidos. Se doctoró brillantemente en Houston y actualmente investiga en Berkeley, California, primera universidad pública del mundo (oro) y segunda (plata) en el ranking de universidades del planeta. La última hazaña de este héroe riojano no reconocido ha sido obtener una beca de investigación del Departamento de Salud estadounidense de 750.000 dólares que le permitirá avanzar en el conocimiento de males cerebrales, como la epilepsia y la enfermedad de Parkinson, que afectan a millones de personas.
Insisto, no persigo desmerecer al futbolista que marca golazos, al pelotari que se enfunda chapelas, al ciclista medallista olímpico o al diestro en estoquear morlacos. Mi cortés enhorabuena a todos. Pero lamento ser súbdito de un país y ciudadano de una región donde los únicos ídolos venerados son ellos, bueno, y los cocineros, sin duda estupendos también.
La sección más triste de este periódico no son las esquelas (algunas que incluyen el apodo arrancan sonrisas y las habrá que hasta den alegrías), sino la de «Riojanos por el mundo», esos héroes anónimos que buscan el éxito personal huyendo del fracaso colectivo de una sociedad tan mediocre que se contenta con una medalla de bronce, dos orejas de toro o un mísero gol.
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