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Fernando Sáez Aldana

El bisturí

Ad remoriendum

No fue casual que Jorge Mario Bergoglio, alias Francisco, escogiese un 15 de agosto para promulgar la Instrucción Ad resurgendum cum Christo. Ese día su Iglesia conmemora el dogma de la Asunción al Cielo de la Virgen María en cuerpo y alma, y el documento prohíbe llevarse a casa o esparcir al viento las cenizas de los fieles difuntos, y no digamos sentar en la grada la urna con la bufanda del equipo al que animaba el finado. La creencia en el morir «para resucitar con Cristo» exigía hasta hace no mucho el enterramiento en suelo sagrado de los muertos con derecho a segunda vida, entre los cuales no contamos los «notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos», según el Derecho Canónico vigente. Pero el Vaticano acabó aceptando como mal menor la cremación, preferida por muchos buenos cristianos, aunque dificulte más la reconversión del montón de cenizas en un cuerpo rehecho y derecho, listo para revivir.

Pero la cosa se fue yendo de las manos cuando la gente empezó a decorar el salón con la urna y arrojar las cenizas en los sitios más extravagantes (una vez oí a una señora pedir que esparcieran las suyas donde más feliz había sido: el Corte Inglés). Así que Ad resurgendum obliga a mantener las cenizas de los católicos incinerados en «lugar sagrado», lo que seguramente resultará más caro que tirarlas al Ebro. Y también prohíbe, por supuesto, la reciente moda de transfigurarlas en gemas. Ya existen empresas especializadas en ofrecer a una desconsolada viuda, por ejemplo, la revancha de transformar a su difunto marido en el diamante que nunca quiso regalarle en vida. Al parecer, el hermoso color azulado de estas piedras macabramente preciosas depende del contenido en boro del cadáver incinerado, así que si planean convertir a su cónyuge en un broche o un colgante ya pueden atiborrarlo a soja, pasas, almendras, tapaculos, avellanas y demás alimentos ricos en este metaloide durante los días previos al óbito.

La mitología pagana ya contemplaba resucitar de las propias cenizas: el Fénix, ave fabulosa de plumaje rojo y pico y garras fuertes, cuyas lágrimas poseían propiedades curativas, lo conseguía cada quinientos años. Un mito que podríamos actualizar metafóricamente en el panorama político con los despojos del achicharrado Pedro Sánchez. Un cadáver político carbonizado en la pira de su ambición, de cuyo cisco requemado pretende renacer ad recobrandum el poder perdido. Sus enemigos políticos no deberían temer su exhumación: como los zombis se alimentan de cerebros, pronto refallecerá de inanición. Y entonces podrís acabar reducido a un pedrusco ensortijando la larga mano de la viuda negra Susana para rematar de modo brillante la faena de devorar al macho. Menuda joya

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Por Fernando SÁEZ ALDANA

Sobre el autor

Haro, 1953. Doctor en Medicina especialista en Cirugía Ortopédica y Traumatología jubilado en 2018, ya escribía antes de ser médico y lo seguirá haciendo hasta el final. Ha publicado varios libros de relatos y novelas y ha obtenido numerosos premios literarios y accésits. El bisturí es una columna de opinión que publica Diario LA RIOJA todos los jueves desde 2004.


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