«Queda suspendida excepcionalmente la revalorización de las pensiones, con la excepción de las prestaciones más bajas del sistema, es decir, las no contributivas, las contributivas que reciben complementos de mínimos y las del antiguo régimen del SOVI no concurrentes con otras». Esto que leen es un extracto del real decreto aprobado en el 2010 por el Gobierno de Rodríguez Zapatero, que congeló las pensiones durante el 2011.
Introduzco esta nota aclaratoria para ahuyentar a los oportunistas y recordarles que el último que se alojó en La Moncloa también crucificó a mi madre, a mi tía, a mi suegra, al yayo Tasio (alter ego de mi compañero Teri Sáenz) y a millones de pensionistas como ellos.
El inquilino que ocupa tan excelso palacio en la actualidad no ha llegado a meter en el frigorífico presupuestario las nóminas de jubilados,
viudos y huérfanos. Pero las ha tocado gravemente. Aduce que no tiene más remedio, porque pedir un préstamo (como hizo Aznar en 1996)
para recompensar en el 2013 la totalidad del encarecimiento que los precios han registrado este año descuadraría las maltrechas cuentas de
esta España en concurso de acreedores.
Lo que más me inflama (a estas alturas los incumplimientos electorales escuecen menos, por previsibles) son los mensajes confusos que Rajoy (pocas veces) y sus altos comisionados (las más) han ido lanzando para desasosiego de las ‘clases pasivas’. Como quien deshoja una margarita, pétalo a pétalo: el lunes no tocamos las pensiones; el martes, sí; el miércoles, no…
Y así han echado unos meses, manteniendo en la incógnita a los pensionistas, «las personas más indefensas, las que lo tienen más difícil»,
en definición del mismísimo presidente del Gobierno de España. Pues eso.