Hacía varios años que no acudía en comisión de servicio. Pero el pasado 9 de junio volví a desplazarme a San Millán de la Cogolla para ser testigo informativo de la conmemoración institucional del Día de La Rioja.
Al margen de los estragos de la crisis económica (hay que ajustar gastos), que han reducido la celebración en tiempo (55 minutos) y espacio (la capacidad del Refectorio del cenobio emilianense es mínima comparada con la del patio de Los Leones), la impresión con la que regresé a la redacción es que hay que dar una repensada al 9 de Junio.
Yo no digo que haya que plantearse organizar cadenas humanas como hacen catalanes y vascos para reivindicar el derecho a decidir. A los riojanos, ya sabemos, excentricidades (*), ninguna. Sin embargo, sí creo oportuno reavivar el espíritu de región. Precisamente por lo que ocurre en otros territorios de España, donde los sentimientos de comunidad, de tierra, crepitan con entusiasmo.
Este 9 de junio se podía aparcar con total facilidad en el aparcamiento principal que está situado frente al acceso al Monasterio. Los agentes de la Guardia Civil de Tráfico tuvieron una jornada tranquila como pocas. Y sospecho que la caja que hizo el bar que hay en la explanada no le servirá para salvar el semestre.
Faltaba gente. Gente común entiéndame. Había políticos, autoridades civiles, militares y religiosas, representantes de los agentes sociales, periodistas… Pero ni rastro de ciudadanos que, impulsados por el deseo de expresar su riojanidad en el día de la región, se acercasen hasta allí para degustar ese espíritu en comunión.
Por todo ello es por lo que me atrevo a hacer esta reflexión y a reclamar para los riojanos el derecho a celebrar… mejor.
* En sustitución de la expresión ‘mamarrachadas’, utilizada en el edición en papel de El Tragaluz, y que hirió algunas sensibilidades.