Sus manos son grandiosas. Física y metafísicamente hablando. Manos como troncos de roble que terminan en falanges que recuerdan a las ramas robustas deformadas por las agresiones de brutales tardes de tormenta.
Ásperas, rudas, descarnadas tras los partidos. Pero al mismo tiempo delicadas y suaves, propicias para dar y recibir caricias, mimos y consuelo. Unas manos bipolares: las graves, luchadoras y recias pertenecen a Titín; las dulces, a Augusto.
El pelotari riojano olgó profesionalmente el pasado día 5 las cintas protectoras que tantas veces se ha enfundado para delirio de los frontones. Esos acolchados que aliviaron miles de impactos de pelota, las caídas en el suelo y los topetazos en la pared. Manos que hicieron vibrar a sus seguidores, que los levantaron de sus asientos. Manos que hicieron romper en aplausos a los aficionados. Que provocaron gritos de júbilo y ovaciones en las gradas.
A partir de ahora, el pelotari descansará. Titín ya no volará en las canchas, ni se lanzará en plancha para conseguir el juego que parece imposible. Es el turno de Augusto, que tendrá que acostumbrarse a vivir como una leyenda. «Tan joven y tan viejo like a rolling stone», le dedicaría como soneto Joaquín Sabina.
Pero esa es una suerte que, intuyo, este hombre sabrá aprovechar, exprimir y no desperdiciar: ni se le subió la fama en su época de profesional, ni temo que claudique a los halagos en esta segunda etapa de su vida. Además de sencillez, sus gestos le revelan como un hombre al que el corazón no le podría caber aun poniendo juntas y abiertas sus dos palmas colosales.
A mí no me gusta la pelota. Pero sí los tíos enormes y agradecidos que merecen todos los reconocimientos. Incluido este suelto tan humilde como sincero.
Imagen de Juan Marín tomada el día 6, en la redacción de Diario LA RIOJA, apenas 24 horas de la despedida de Titín de los frontones. En el sentido de las agujas del reloj: Maite Mayayo, Isabel Martínez, Elena Beisti, María José González, Titín, María José Zapata y Andrea Ceniceros.