Día sí, día también, ‘El Teléfono del Lector’ de este Diario LA RIOJA acumula en su buzón numerosas llamadas en torno a la pelea que mantienen los ciclistas y los peatones. Creo que sólo hay un tema que colma en mayor medida la paciencia de los lectores del decano de la prensa riojana y les empuja a descolgar el auricular y compartir sus reflexiones: la corrupción.
Como de las malas artes de quienes confunden poder con barra libre en las arcas públicas ya se ha tratado ampliamente en este espacio, abordardemos la cuasi imposible conciliación entre ciclistas y viandantes. Aun a riesgo, claro, de que la síntesis se confunda con generalización.
Respeto a los ciclistas que respetan a los peatones. Se les ve de lejos: llevan las luces encendidas, ropa reflectora, se protegen con el casco reglamentario, circulan por donde lo tienen que hacer, se bajan de sus bicicletas para cruzar a pie los pasos de peatones como exigen las normas de circulación y extreman la prudencia cuando el carril bici acaba en la nada, que en Logroño es como decir en una acera atestada de gente.
Pero rechazo a los ciclistas que desprecian a los viandantes y convierten la bicicleta en un invento del diablo. Cabestros peligrosos para sí mismos (entienden por casco el envase de un refresco), así que qué deferencia cabe esperar que muestren con los paseantes. Como la muchacha que el sábado 22 de noviembre, sobre las nueve y media de la noche, cruzaba Club Deportivo en dirección a la rotonda de Chile y al llegar a la altura de un paso de cebra, en lugar de detenerse (la bicicleta es un vehículo aunque no tenga motor), pedaleó con más intensidad, giró a la izquierda bruscamente y se cruzó del arcén a la acera de enfrente.
Chiguita, dabas más miedo que el todoterreno que te seguía.