Los niños practican deporte por diversión. Ahora bien, los entrenamientos que realizan entre semana y las competiciones en las que participan los sábados y los domingos no sólo propician el óptimo desarrollo físico de esta generación atrofiada por los videojuegos. Además constituyen una habilidosa herramienta para que esos bocetos de adultos interioricen valores desatendidos en la sociedad actual: esfuerzo, compañerismo, convivencia, unión, solidaridad, respeto por los propios y los extraños, y juego limpio.
Que nuestros infantes no sean conscientes de que con el deporte ganan infinitamente mucho más que tal o cual torneo es comprensible: tienen por delante todas las etapas de desarrollo psicosocial para comprenderlo y debemos darles tiempo. Lo que resulta inconcebible es que haya padres y entrenadores, los dos espejos biselados en los que los preadoslescentes suelen reflejarse, que se exalten y pierdan la compostura con los jugadores de los equipos contrarios y, sobre todo, con los árbitros, blancos de constantes agresiones verbales.
Hasta tal grado de envilecimiento se ha llegado en determinados certámenes escolares (fútbol sala y minibasket) que la Comunidad de La Rioja ha tomado cartas en el asunto. Literalmente: ha remitido una misiva a los responsables de estas actividades en los centros educativos atendiendo las quejas de los árbitros ante unos hechos «serios y preocupantes» y advirtiendo de que «cualquier incidencia redactada en el acta, pasará directamente a la comisión deportiva de la Dirección General del Deporte para ser resuelta y sancionada según corresponda». Porque «en ningún momento se puede tolerar la falta de respeto, el insulto o la intimidación». Vamos, que más vale una vez rojo que cientas colorado.
‘Hooligans’ de andar por casa: tomen nota.