Levamos días escuchando las quejas de los vecinos de Portales, hastiados de la degeneración que está padeciendo la zona. Con toda justicia, estos logroñeses reclaman lo que otros ya podemos disfrutar: descansar, salir tranquilos de nuestros portales y vivir en un entorno cívico que nos transmita seguridad. Vamos, lo que cualquiera espera de sus administraciones, que para eso se pagan tasas e impuestos. Pero, no. A estos desesperados conciudadanos, los poderes públicos no les protegen, así lo entienden, y se han organizado públicamente para obtener soluciones.
Lo vivido estos días en Logroño me retrotrae al Bilbao de finales de la década de los 80. En pleno Casco Viejo, como puente neurálgico de conexión entre el ‘botxo’ más tradicional y la ciudad moderna, hay una plaza dedicada a Miguel de Unanumo. Durante años, sus escalinatas estuvieron ocupadas diariamente por cuadrillas rotatorias de drogadictos y litroneros que importunaban a los vecinos y les amenazaban con una navaja si no les daban dinero. Le pasó un día a mi abuela y solo una vez: mi madre, que estaba unos pasos atrás y vio la escena, les plantó cara y nunca más les molestaron. Hasta les deseaban «buenos días, jefas».
La situación se hizo insoportable. Si las críticas arreciaban, el concejal mandaba a unos ‘munipas’ a patrullar. Literalmente. Ni salían del coche.
Todo cambió con las obras del metro: al levantar la plaza para construir la boca ‘Casco Viejo’, el Ayuntamiento echó a patadas a los buscones y, una vez concluida la infraestructura que relanzó el impulso turístico de la zona con más ralea de la villa, se aseguró con vigilancia policial permanente de que no volverían. ¿No es acaso el Casco Antiguo de Logroño uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad? Pues ahí tienen la solución. No puede ser más sencilla y efectiva. Y no me refiero a construir una línea de metro.