«Un golpe de suerte asociado al hecho de ser riojano» llevó a Pedro J. Ramírez (Logroño, 1952) a escribir ‘La desventura de la libertad’, un ensayo histórico sobre el fin del Trienio Liberal, que presentó recientemente en el Círculo Logroñés, en un acto prologado por el director de Diario LA RIOJA, José Luis Prusén. Pedro J. concedió una entrevistra a este periódico en la que instaba a los principales partidos a liderar «la regeneración» del sistema constitucional para evitar «la destrucción» del modelo de convivencia.
-A veces la suerte funciona.
-Sí, sí. A mí siempre me ha interesado el Trienio Liberal, pero no hubiera descubierto el archivo del ministro José María Calatrava si no es porque antes adquirí la carta de suicidio de otro ministro del periodo, Estanislao Sánchez Salvador, riojano como yo. Ahí empezó todo.
-Finales del siglo XIX versus principios del XXI. Los españoles somos maestros en no aprender de nuestros errores…
-‘La desventura de la libertad’ es un libro de historia que, como tal, se despliega como un espejo al ser abierto. Por eso, y aunque no hay alusiones al presente, mucha gente va a ver situaciones reflejadas entre la España de entonces y la actual. La Constitución de 1812 era una especie de fósil inamovible. No se introdujeron reformas y la putrefacción del sistema, como la definió Leopoldo Alas Clarín, desembocó en su destrucción. Bueno, pues este es el riesgo que estamos corriendo hoy con la Constitución de 1978, y ya hemos visto en las últimas elecciones europeas cómo hay fuerzas que están dispuestas a trabajar para destruir nuestro sistema de convivencia, tanto por el lado del separatismo como por el lado del colectivismo.
-Porque Podemos es el resultado de la crisis del sistema, no su causa…
-El ‘padre’ de Podemos es Rajoy y la ‘madre’, Rubalcaba. Podemos es ‘hijo’ de todos los abusos de poder del PP y del PSOE, que cometerían un grave error si no se dieran cuenta de que, en las elecciones europeas, la sociedad les sacó una tarjeta amarilla a la manera de ejercer el bipartidismo.
-¿Cuáles son, a su juicio, las mayores urgencias sobre las que hay que actuar?
-El primer bloque sería el de la regeneración democrática. Es necesario reformar la Constitución para que pueda haber una nueva Ley electoral que devuelva a los ciudadanos los derechos de participación política que los aparatos de los partidos les han usurpado. Además, hay que reforzar el funcionamiento democrático interno real de los partidos supeditando a ello que obtengan financiación pública. Y, en tercer lugar, fortalecer la independencia del Poder Judicial para evitar más políticos tramposos que la vulneren legislatura tras legislatura.
-¿Y el segundo bloque reformista?
-El modelo territorial. Habría que seguir las recomendaciones del dictamen del Consejo de Estado del 2006 que propuso reforzar las competencias del Estado y cerrar el mapa autonómico. En ese contexto, los separatistas tendrían que retratarse. Naturalmente, con una mayoría cualificada en todas las provincias afectadas. Y, desde luego, si no les saliese, que no lo volviesen a proponer hasta veinte años después. Es decir, se trataría de desactivar el estribillo constante de que «no nos dejan votar». Que voten, pero de acuerdo con estas normas. Eso es lo es que propongo: que cada partido acuda a las próximas elecciones generales con su propuesta de reforma constitucional.
-¿Y usted ve posible que los legisladores se autolegislen con tanta generosidad y sentido del Estado?
-Si utilizamos el símil del cuento de Blancanieves, la madrastra en la que confluyen el poder político y el poder económico ha mantenido adormecida a la sociedad durante mucho tiempo. La cuestión es cuál va ser el príncipe que despierte a la doncella: ¿un príncipe blanco, es decir, reformista, liberal, demócrata y racionalista? ¿O un príncipe negro, es decir, revolucionario, colectivista, intervencionista y con atisbos dictatoriales? Al PP y al PSOE más les vale que se les quite de la cabeza la posibilidad de que todo siga igual. Los españoles, especialmente los jóvenes, están hartos y, en consecuencia, dispuestos a votar a Podemos o a cualquiera que plantee una enmienda profunda a lo que hay.
-En el cuento de Blancanieves, además del príncipe había un rey que, por inacción, no impidió que la malvada bruja hechizase a su hija. Hábleme de Felipe VI.
-Se han creado enormes e ilusionantes expectativas en su figura y lo que me preocupa es que luego se produzca una decepción y la sensación de que hemos consumido la única bala importante de la recámara. No tiene la «auctoritas» que adquirió su padre, sobre todo tras el 23-F.
-A su juicio, ¿qué le ha llevado a don Juan Carlos a abdicar?
-No lo sé. Todo son especulaciones más propias de la dimisión de un político que de la abdicación de un monarca.
-Con sinceridad: ¿cuánta rabia le ha dado no estar al frente de la dirección de El Mundo en este momento histórico de España?
-Me ha fastidiado, es verdad. No por mandar, sino por vivir la vibración de estas jornadas históricas con mis compañeros de la Redacción.
-Más acontecimientos asombrosos: redactores de El Mundo denunciando censura de la nueva dirección. Entre ellos, su hija, que ha sido suspendida un mes de empleo y sueldo…
-Me han contado cosas, pero no estoy en los detalles, así que prefiero no dar una opinión. Lo que creo es que El Mundo sigue siendo El Mundo y que Casimiro García-Abadillo, que es un gran periodista, puede ser un gran director.
-¿Puede ser…?
-Bueno… Tiene todas las características para ser un buen director, pero sólo lleva cuatro meses en el cargo y necesita tiempo para demostrarlo.