De la misma forma que para comprender la macroeconomía es aconsejable reducir las variables a cifras que sean manejables para nuestro entendimiento, también parece oportuno trasladar a un ejemplo común la afrenta que representa para el conjunto de los españoles el desafío soberanista catalán.
Así que les propongo que imaginen España como una macrourbanización de esas que se levantaron a todo trapo en Logroño en la época del boom inmobiliario: diecisiete portales, unidos por un patio central con servicio de vigilancia a la entrada, piscina comunitaria, dos pistas de pádel, zona verde salpicada de juegos infantiles, garaje de dos plantas y área de merendero con asador para las cenas de verano.
Ahora supongan que el presidente de uno de los bloques calienta los cascos a sus convecinos en las reuniones de la comunidad y que la mayoría –no todos, pero la mayoría–, se dejase seducir por un discurso victimista sostenido en el siguiente argumento: las cuentas anuales de nuestro portal se cierran en números rojos porque el resto de los bloques son unos manirrotos incorregibles. ¡Ay si nos autogestionásemos! ¡En qué paraíso viviríamos!
Lógicamente, el presidente de la mancomunidad, en nombre de los residentes en los otros dieciséis bloques, le recordaría al visionario independentista que con las cuotas aportadas por el conjunto de los propietarios se sufragan los gastos comunes, incluidos los del bloque secesionista que es el que, precisamente, mayor número de morosos registra en el pago de las mensualidades lastrando las cuentas del vecindario general.
¿Verdad que no tolerarían semejante ofensa?