Nunca, ni por lo más remoto, hubiera pensado alguna vez que sus caminos discurrieran paralelos. El poder que ha adquirido la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, está despertando recelos dentro del PP. Y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, empieza a incomodar a sus líderes territoriales, disgustados porque no ponga el mismo celo en las futuras elecciones autonómicas y municipales como el que invierte para promocionarse personalmente y consolidar su liderazgo interno y externo.
Sáenz de Santamaría ha reforzado su control e influencia con un penúltimo gesto de fuerza: el nombramiento como ministro de Sanidad de Alfonso Alonso, quien fuera gran aliado para templar el PP vasco a principios de este año y, de paso, ganarle un nuevo pulso a Dolores de Cospedal tras el que le echó en Andalucía.
Pero no sólo por méritos propios (su habilidad para extender su influencia en todo el Ejecutivo), la vicepresidenta se agiganta. Mariano Rajoy también ha contribuido a construir el que ya llaman ‘mito Soraya’ con sus silencios y su permanente perfil plano. Una estrategia que rompió hace escasas dos semanas confirmando que se presentará a la reelección «si el partido se lo pide». Que se lo pedirá: avivar otro incendio interno sería suicida para una formación quemada tras tres años de dura gestión.
En cuanto al PSOE entiendo la actitud de Sánchez si la meta es rehabilitar una marca arruinada por Rodríguez Zapatero y que desahució hasta al mismísimo Pérez Rubalcaba. Un liderazgo nacional que se proyecte de arriba abajo, como alternativa sólida del Gobierno de la Nación y, por ende, de las autonomías y de los ayuntamientos. Porque hay veces en las que conviene empezar a construir la casa por el tejado.