Me comentaba hace unos días un compañero que un año, cuando empezaba en esto del periodismo, le tocó pagar por la Renta casi tanto como lo que ganó. El caso es que la funcionaria de Hacienda que le ayudó en la preparación de su declaración le preguntó si quería marcar la equis de la Iglesia. A lo que él contestó: «Después del palo que me habéis metido, ¿crees que aún puedo creer en Dios?»
Valga esta anécdota como preámbulo del asunto sobre el que hoy desea centrarse este post. La campaña del IRPF ya ha arrancado y con ella vuelve, cómo no, la diatriba sobre si marcar o no la equis solidaria. Rectifico. Las equis solidarias.
Porque hay dos: la destinada a fines sociales y la correspondiente al sostenimiento económico de la Iglesia Católica.
La polémica no radica en apoyar a las ONG laicas. Como cada ejercicio, la controversia está en manifestar públicamente el respaldo a la Iglesia a riesgo de convertirse en diana de comentarios maldicientes. Pero en medio del actual anticlericalismo cristofóbico todavía hay increyentes audaces que ponen los puntos sobre las íes.
Es el caso de un médico cántabro José Manuel López Vega, declarado ateo, que hace tiempo explicó en un artículo las tres razones por las que marca la equis de la Iglesia. Primera: «Ante las privaciones de muchos seres humanos(…) es natural fomentar la ayuda y la cooperación(…) a través de organizaciones eficientes(…) y dudo de que los recursos administrados por la Iglesia sean desdeñables o necesariamente sustituibles».
Segunda: «Para explicar la idea de Europa –y no digamos la de España– a un extraterrestre, sería imposible obviar el catolicismo».
Y tercera: «Me parece inexplicable el furor obsesivo por bajar los crucifijos de los colegios. No veo qué daño causan los símbolos de una fe que no me asiste, pero sí ilustra mi paisaje histórico y emocional».
Pues eso. Qué tío. Enorme.