“Lo cierto es que desconozco el mundo de la psicología. También el filosófico; me quedé en el ‘un gran poder conlleva una gran responsabilidad’ de Stan Lee”
En el pulp, un género que despierta el rechazo o la admiración sin término medio, es clásica la idea de que aquellos que impregnan con él sus creaciones son o fueron seguidores incondicionales del mismo, y que esta mitomanía es la que les conduce a crear. Se trata, en cierta forma, de un ciclo en el que los creadores producen obras para admiradores que acabarán ejerciendo su misma labor, aunando referencias con las que jugar y mezclar en sus propios productos. ‘Los turistas siempre miran hacia arriba’ es un buen ejemplo de ello, pues en esta novela corta su autor, el logroñés Guillermo Moracia, reúne varios estereotipos del pulp junto con algunos nacionales, originando un relato para entusiastas del género, como se percibe que lo es él.
La primera de las referencias a cierta cultura aparece en la portada de esta autoeditada novela, que solo se puede leer a través de una pantalla. Al otro lado, una figura femenina ilustrada por Carlo Rosso de rostro serio y cuerpo de pin-up uniformado evoca la película sexploitation nazi ‘Ilsa, She Wolf of the SS’ (Don Edmonds, 1975). Una cinta a la que también se referencia brevemente en la historia del libro. Ésta no está protagonizada por una fantasía nazi, sino por un hombre traicionado por su novia, con un trabajo insatisfactorio y cierta falta de autoestima, en suma, el ‘perdedor’ en cuyas manos está el destino de la humanidad.
Junto a él van desarrollándose elementos propios del género de terror: un pueblo en el que suceden fenómenos extraños, una historia de venganza desde ultratumba, la chica rebelde con la que se alía o un anciano repudiado por sus vecinos cuyos desvaríos parecen no serlo tanto. Todos ellos conforman un relato simple y entretenido en el que destaca su ubicación en la llamada España profunda, principal atractivo de la historia que culmina con una de sus principales estereotipos: la afición al fútbol. Moracia lo representa irónicamente en la escena desencadenante del mal, que se precipita rápidamente hacia el final.
Antes de llegar a éste, la novela se ha desarrollado conforme a una estructura clásica, exponiéndo los hechos de forma directa y amena y, como todo buen relato de misterio, alimentando la curiosidad del lector en torno a un fenómeno sobrenatural. La afinidad del autor hacia el género que escribe es palpable en cada página, y supone otro de sus principales alicientes para continuar con su lectura, que conduce, siempre sin abandonar el humor, a otro estereotipo nacional como clave de la historia: la dejadez.