Piense en peluches, en los que tiene o ha tenido, en los que ve en escaparates y en la publicidad. Simples objetos creados para agradar a la vista y al tacto. Imagínese que, en un futuro, se dota a estos juguetes de mejoras tecnológicas para que sean más divertidos, incluso, hasta el punto de darles vida. Ahora imagínese que se les conceden derechos como seres vivos independientes. Esta es la premisa de la que parte “La vida de los clones”, con la que su autor, Miguel Espigado, trata un tema clásico de la ciencia ficción como es el vínculo entre lo artificial y lo natural.
El protagonista de esta obra es Prima, un clon de edición especial creado, junto a otros muchos, para entretener a los seres humanos en una especie de parque de atracciones llamado Wonderland. Su historia, escrita a modo de diario, se inicia con su abandono de este lugar tras concedérsele a todos estos seres la libertad.
El viaje de Prima entre dos mundos que cada vez se separan más, el de los humanos y el de los clones, le produce melancolía y desarraigo, pues no encaja del todo en ninguno de los dos. Él mismo describe la sociedad por la que se mueve do forma más descriptiva que valorativa, dejando al lector que reflexione y extraiga sus propias conclusiones, en las que es inevitable establecer semejanzas con el mundo actual.
Entre los temas que aborda Espigado destaca la compleja situación de las minorías sociales, que se explicita aún más cuando los derechos concedidos a los clones empiezan a ser revocados. Esto trastorna la vida de Prima y de sus semejantes, quienes empiezan a tejer una inquietante revolución en la que el protagonista se verá involucrado, como en el resto de aspectos de su vida, casi por casualidad.
Esta falta de control de Prima sobre los devenires de su existencia y la confusión que esta le provoca es otro de los temas centrales de “La vida de los clones” que invitan a reflexionar al lector. La melancolía del protagonista, artificial o no, es contagiosa.