La juventud, a menudo idealizada por quienes ya la han pasado, parece un periodo de la vida en el que los problemas no existen. Como si una fórmula matemática constatase que a menor edad, más felicidad. Una premisa que, como toda idealización, es falsa. Joven o mayor, vivir conlleva enfrentarse a dificultades. Y si no, que se lo digan a Etgar, el adolescente protagonista de ‘Lolito’.
La novela está firmada por Ben Brooks, publicada por Blackie Books y traducida por Zulema Couso. Su antihéroe es un chico lleno de miedos en inseguridades que trata de mitigar con alcohol, drogas, videos disparatados de Youtube, salas de chats para adultos y té con Nesquik. Con estos ingredientes configura una vida insustancial que no se diferencia de la que llevan sus amigos. Pero ni con todos ellos consigue superar el dolor que le produce la ruptura con su novia, Alice, tras descubrir que le ha sido infiel. Etgar entra en un estado de hibernación en el que no hacer nada es lo único que quiere hacer, hasta que conoce a una mujer madura a través de internet.
El libro está escrito como un diario en el que Etgar siempre amanece con resaca. Cada capítulo es una puerta abierta a la impredecible mente del joven, que refleja una generación decadente y autodestructiva sin ambición ni motivación. Para el protagonista, el mundo real es hostil y confuso, por lo que prefiere vivir a través de la pantalla de su ordenador bajo un montón de mantas.
Brooks detalla con grandes dosis de humor la forma de vida adolescente que ningún padre querría para su hijo, en la que abusa de los comportamientos más dañinos del ‘mundo adulto’. A ellos se suman también sus problemas, como la influencia de los tópicos sociales en el individuo y la frustración que conlleva no cumplirlos, un peso que afecta por igual a Etgar y a su amiga cibernética. El comportamiento del joven se muestra como el resultado de un profundo sentimiento de melancolía con el que es fácil empatizar.
Con el lenguaje simple y directo propio de un adolescente, la novela toca temas tan profundos como el miedo a la soledad, a la violencia, la evasión de la realidad, la tristeza o las máscaras sociales. Todos ellos conducen a situaciones que le vienen demasiado grandes a su protagonista, y producen momentos cómicos con efecto edulcorante sobre su gravedad.