Cuando me llamó Marisa para invitarme a formar parte del grupo que iba a organizar el 25 aniversario del fin del colegio no me lo podía creer: «¿cómo?, ¿veinticinco?, ¡imposible!, ‘has contado mal!». Pero no, no había contado mal. Se cumplen ahora, en efecto, los 25 años desde que un grupo de treinta y tantas chicas acababa el bachillerato. Tras este baño de realidad, me puse manos a la obra con la ilusión de volver a ver, después de media vida, a las amigas de entonces, a la profesora de gimnasia que te suspendió por no saltar el plinto, de recorrer los pasillos que aún te resultan familiares y de comprobar el estrago que los años habían hecho en todas.
Pero el recordar esos años me reafirma en que son los más importantes de nuestras vidas, los años decisivos, en los que nos formamos como personas. La educación que recibimos antes de los 18 años es la más importante, la esencial. Recuerdo de los maestros de entonces que no sólo nos transmitieron conocimientos, sino que nos educaron para ser felices, que nos inculcaron valores, que contribuyeron -ahora me doy cuenta- de forma decisiva a conformar nuestra personalidad, porque el éxito en la vida casi nunca depende sólo de la inteligencia (como explica J. A. Marina en su último libro, La inteligencia fracasada), sino de otros muchos factores, como la capacidad para resolver los problemas que van surgiendo a lo largo de la vida. En la sociedad actual se produce una exaltación de la inteligencia, pero para ser feliz, que es el auténtico éxito, hace falta coraje, esfuerzo, empuje, capacidad de decisión, fuerza de voluntad y disciplina. La finalidad de la inteligencia no es el conocimiento, sino la felicidad y la dignidad. Todos tenemos ejemplos de compañeros muy inteligentes, pero que han tomado decisiones que los han llevado a ser muy desdichados veinticinco años después.
En fin, tuvimos la jornada de celebración, pero eso es otro capítulo. Unos días después, poniendo en común las fotos, pude contrastar que, a cada una, nuestros respectivos nos habían dicho que éramos la que mejor se conservaba del grupo. Mentiras piadosas al margen, cualquier tiempo pasado fue peor, y no hay nada como entrar en los cuarenta, porque siempre he estado de acuerdo con mi santo en que la nostalgia es un error y que lo mejor está por venir.