ESTA semana todo se presentaba incierto. Por un lado, un buen amigo de mi santo que lleva meses preparando una importante oposición se enfrentaba a las primeras pruebas. Por otro lado, a una amiga de toda la vida le dieron un diagnóstico inquietante que requería el comienzo de un largo tratamiento. Reinaba a mi alrededor un cierto ambiente de incertidumbre en un caso y de pesimismo en el otro. Así que he hecho lo que he podido para animarles y para que cada uno sacase lo mejor de sí mismo.
Y es que el optimismo es una de las armas más poderosas que tenemos. Ojo, no hay que confundir optimismo con falta de realismo. Las personas optimistas juegan con ventaja en la vida porque sólo el esfuerzo -con ser fundamental- no es suficiente. El optimismo es una fuerza que nos ayuda a conquistar metas, a afrontar los problemas o a vencer una enfermedad: para el filósofo, el deseo de curarnos es la mitad de nuestra salud.
Leo en las páginas salmón de este domingo que para triunfar en un proceso de selección ya no basta con ser técnicamente bueno, una de las competencias más valoradas por las empresas en sus candidatos es que tengan una actitud positiva y optimista. Como dice Valdano, al campo de fútbol hay que salir a disfrutar.
Algo que ayuda son esas pequeñas cosas agradables que nos ocurren en la vida cotidiana. Esos momentos de alegría moderada influyen en las decisiones que tomamos y en la creatividad que empleamos para resolver problemas y en la capacidad para aprender. Por eso hay que intentar crear un ambiente positivo con los que tenemos cerca. Todos nos encontramos en el camino con los seguidores del arte de amargarse la vida y, de paso, amargársela a los demás, con esos que practican la tiranía del pesimismo. Detéctalos, aíslalos….. y que no te amargue nadie la vida.