EN estas fechas tan entrañables (como dicen la mayoría de los cientos de mensajitos que estos días inundan nuestros móviles), «en compañía de los nuestros» celebramos la Navidad, el cotillón… y practicamos en las dos fechas el cotilleo. Porque una de las cosas que más ejercitamos en estas entrañables reuniones anuales es hablar de los demás.
Precisamente, un equipo de psicólogos de varias universidades norteamericanas ha llegado hace poco a la conclusión de que los cotilleos son más saludables de lo que muchos nos creemos. Por lo visto, hablar indiscretamente sobre alguien aprovechando su ausencia cumple la función de aliviar la ansiedad social. El objeto del cotilleo suele ser casi siempre un amigo o un conocido; en cambio, sólo afecta en el 5% a un famoso de los que salen en los cutreprogramas del corazón en las teles. Han terciado incluso antropólogos, que sostienen que esta debilidad tan humana es, en realidad, muy importante para controlar las conductas en un grupo o para definir la pertenencia a un grupo. En todas las sociedades y en todas las épocas está presente el cotilleo, lo que no quiere decir mofarse de nadie, sino, sencillamente, hablar sobre el que no está.
El peligro de llegar tarde o irse el primero de una cena es que tienes muchas posibilidades de convertirte en víctima de los comentarios del resto de comensales. En fin, que un cotilleo moderado parece que sienta bien (sobre todo a los que se quedan en la mesa), es una muestra de confianza y cohesiona al grupo.
Otra cosa bien distinta es que sólo te dediques a criticar a los demás. Porque hay personas que no han experimentado nunca el placer de hablar bien de alguien, y no parecen dispuestas a pasar por esa prueba. Se dejan llevar por un desmedido afán de encontrar defectos. Buscan hasta encontrar lo menos noble de los otros -que siempre lo hay- y lo subrayan, hacen crecer y airean. Esto no es saludable y destruye un grupo.
Personalmente, no me fío de quienes parecen llevarse bien con todo el mundo, pero también creo que es higiénico hablar bien de alguien, de vez en cuando, aunque sea con brevedad y sin excesos. A pesar de lo que muchos puedan pensar, es posible, e incluso agradable. De verdad.
Como el cotilleo no lo vamos a abandonar, ni falta que hace, propongo, para empezar el año, que intentemos hablar bien de alguien al menos una vez al día. Las dos cosas son compatibles. Seguro que este reto es más fácilmente alcanzable que el de quienes se han propuesto dejar de fumar a partir del uno de enero del 2006. Por cierto, ¿qué será del cotilleo sin cigarro? ¿Y del cigarro sin cotilleo?