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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Comidas de trabajo

Somos los europeos que más horas trabajamos y a los que menos nos cunde. Presumimos de una calidad de vida que es irreal, con jornadas laborales que se prolongan casi hasta las nueve de la noche o más y esas dos horas largas absurdas para comer, de tres a cinco. Encima las llamamos comidas de trabajo. Pero si trabajas, no comes a gusto y si comes a gusto, no trabajas.

Cómo no, en un mundo diseñado por hombres, las jornadas laborales las han diseñado los hombres, a veces pienso que con el objetivo -generación tras generación- de retrasar todo lo posible la vuelta a casa. Lo malo es que las mujeres se han incorporado al mercado laboral y se han visto obligadas a asumir estos demenciales horarios. Ahora mismo, las grandes perjudicadas por el peso de estos horarios son las mujeres: la carrera profesional de muchas es tan corta como la de los deportistas, sólo que cobrando mucho menos. Están formadas, preparadas y, en cuanto tienen hijos, a los 35 años, se quedan fuera del circuito.

Hay que normalizar nuestros horarios y adaptarlos al resto de Europa, pero no ya para mejorar nuestra calidad de vida, sino también para mejorar el rendimiento laboral y, ya de paso, la cuenta de resultados. Hay que adoptar medidas para poder disfrutar de la vida familiar y personal, porque si no, las empresas españolas seguirán siendo las últimas, como son ahora mismo, sí, las últimas, en el ranking europeo de productividad y competitividad. De paso reduciremos las bajas por depresión o estrés, los malos rollos en el trabajo y la falta de compromiso con la empresa.

Las soluciones pasan por horarios flexibles, jornadas laborales reducidas, empleos compartidos, semanas laborales comprimidas, instalar despachos satélites en casa (siempre que se pueda, teletrabajo). Ahora bien, lo que de verdad cambiará los horarios españoles será la incorporación de más mujeres a puestos directivos en las empresas. Y un ejemplo lo tenemos en IBM España, que con una mujer al frente, es modelo de flexibilidad en los horarios. Mientras tanto, ya pueden los ministros de turno lanzar los planes de turno para conciliar lo que quieran, que mientras no cambien los hábitos y costumbres, poco cambiará.

Y a ver si acabamos de una vez con la insana costumbre de creer que estar en el trabajo más tiempo es sinónimo de más dedicación a la empresa. En otros países europeos está mal visto prolongar la jornada laboral, a ver cuándo aquí pasa lo mismo. Para empezar, sugiero una dieta disociada que no mezcle comida y trabajo. De lo contrario, acabaremos comidos por el trabajo.

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Por Mayte CIRIZA

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marzo 2006
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