De vez en cuando aparece un reportaje o un artículo contra los teléfonos móviles en el que se les achaca el origen de algunos de los males de nuestra sociedad, la limitación de la libertad personal o el empobrecimiento del lenguaje. Yo, en cambio, creo que son instrumentos muy positivos de comunicación y que todavía pueden desarrollar muchas más prestaciones que nos hagan la vida más sencilla y nos den más espacios de libertad.
El móvil es ya un ordenador de bolsillo: podemos leer el correo electrónico y navegar por Internet con rapidez, recibir las noticias al instante, hacer fotos, escuchar la radio o tu música, y en algunos hasta podemos ver la tele. Espero que no tarden mucho en desarrollar móviles que puedan cargarse con la luz del sol, como las calculadoras. Móviles que nos permitan abrir la puerta del garaje y nos eviten el mando a distancia. Que con el móvil podamos sacar dinero del cajero y que haga las veces de la tarjeta de pago sin tener que llevar la cartera repleta de tarjetas de plástico. Los jóvenes están empezando ya a no llevar reloj porque la hora la ven en el móvil.
Casi el 95 por ciento de los españoles lleva móvil. La mayor parte de las llamadas que se hacen con los móviles, leo en una encuesta, son personales. Y es que hablar con los demás y escuchar hablar a otros es una actividad humana fundamental. Conversar con otras personas nos ayuda a restablecer nuestro sentido de nosotros mismos. ¿Cuántos no hablan, a falta de otra persona, al perro o a la planta que tienen en casa? El gran cardiólogo Valentín Fuster elogia siempre los efectos saludables que sobre el corazón y las arterias coronarias tiene hablar con los demás (mi amiga Esperanza no morirá nunca de infarto).
Los móviles tienen también un peligro, como todo. El móvil se ha convertido en nuestra mascota virtual, con la que evitamos la soledad. Si hay que pasar dos minutos esperando, cogemos el móvil, a ver quién ha llamado, quién ha escrito. El furor de la comunicación nos puede privar de los necesarios momentos de reflexión solitaria.
Lo malo es que ahora que todos tenemos móvil, no tenemos nada que decirnos, pero eso no es culpa del móvil. Lo recoge a la perfección el anuncio de la abuela que llama a la familia porque tiene una promoción gratuita, y nadie quiere ponerse al teléfono.
Si finalmente incorporan el GPS a los móviles, ya no diremos, como decimos siempre, «¿dónde estás?», cada vez que nos contestan. Escribe Umberto Eco que el móvil debería estar permitido sólo para los que trasplantan órganos, para los fontaneros y para los adúlteros. Éstos últimos, con el localizador en el móvil, sí que lo van a tener jodido.