Después de un trimestre tan largo y tan cargado como ha sido éste, llegan, ¿por fin!, las vacaciones de Semana Santa. Ni un triste puente en todo el trimestre. Es curioso, en una sociedad que rinde culto al trabajo, la pereza se ha convertido en un anhelo.
Ya en la Biblia se sostiene que el trabajo es un castigo. Sólo por comer una manzana, el castigo ha sido excesivo. En una sociedad como la nuestra, que gira en torno al trabajo, casi todo el mundo (menos mi santo) sueña, en cambio, con la jubilación anticipada. Que se lo digan a tantos trabajadores prejubilados con 52 años.
Un cierto grado de estrés es inevitable en el día a día y hasta saludable, si es de poca intensidad: nos mantiene en forma al estimular la producción de dopamina y otras hormonas. Por cierto, la palabra inglesa estrés la han adoptado la mayoría de las lenguas, lo que indica que en todas partes cuecen habas. Pero una cosa es un cierto grado de estrés, y otra tres meses y medio seguidos de currar sin parar.
Una historia muy divertida es que el yerno de Karl Marx, un tal Lafargue, publicó ‘El derecho a la pereza’, en contraposición al ‘Derecho al trabajo’ de su suegro. Defiende en su obra que el trabajo es una maldición que no hace falta para la realización de la persona, y que su exaltación es consecuencia del capitalismo. Pero claro, el problema es que los humanos tenemos la extraña costumbre de comer tres veces al día y de tener que pagar la hipoteca del piso, el coche y los impuestos. Ni el suegro ni el yerno acertaron.
Dentro de las principales necesidades humanas que estudian los psicólogos, el descanso, la comodidad y demás actitudes perezosas ocupan el cuarto lugar, sólo por detrás de las necesidades básicas de beber, comer y mantener relaciones sexuales (somos monos con hiperactividad sexual). La inclinación a la pereza está por delante de la evitación del peligro, la afirmación de uno mismo o la maternidad-paternidad.
Lo malo es que seguimos funcionando con los mismos esquemas laborales de los años cuarenta, y las familias están pidiendo a gritos más tiempo libre para pasarlo juntos. Hasta que lleguen los fines de semana de tres días, habrá que consolarse con reivindicar la pereza, aunque sólo sea durante estos cinco días: desacelerar el ritmo de vida y descansar hasta cansarse.
Difícilmente se muere uno por perezoso, pero los adictos al trabajo caen como moscas. Relájate, olvida todos los «debería» de tu vida. Tienes derecho a no hacer nada durante cinco días.