Leo estos días que dentro de la cirugía estética se está extendiendo cada vez más la cirugía genital, el no va más en las operaciones de belleza. De hecho, se han creado ya en España unidades llamadas de «cirugía íntima» dentro de clínicas de estética, para el rejuvenecimiento o embellecimiento de los órganos genitales femeninos. No hace falta entrar en los detalles de la liposucción de pubis, labioplastia y clitoplastia, entre otras (hay también una demanda masculina de alargamiento o engrosamiento del pene, pero se hacen pocas operaciones porque esas técnicas conllevan más complicaciones y resultados no tan satisfactorios como en las mujeres).
En todo ello se mezclan la popularización de la medicina de la belleza y antienvejecimiento, y el fin del tabú sobre cuestiones sexuales, pues antes a muchas mujeres les avergonzaba consultar estos aspectos. Me temo que sea cuestión de tiempo que algún sindicato o colectivo pida la inclusión de la cirugía estética genital en la seguridad social.
Mientras esto ocurre aquí, Unicef ha publicado un informe escalofriante que revela que tres millones de niñas son sometidas cada año a la ablación o mutilación genital (6.000 al día, cuatro cada minuto), la mayoría antes de los 14 años, como paso previo a un matrimonio forzado en muchos casos, y se calcula que hay unos 130 millones de mujeres en el mundo que han sufrido la extirpación del clítoris. Una práctica aberrante donde las haya, que hace peligrar, incluso, la vida de las niñas por las condiciones en las que se practica y que provoca terribles secuelas físicas y psicológicas. Es, junto a la prostitución, la más atroz de las manifestaciones de discriminación que sufre la mujer en todo el mundo, y que hay que denunciar y perseguir sin medias tintas y con energía.
En este sentido, me ha sobrecogido el testimonio de Ayan Hirsi Ali, la diputada holandesa nacida en Somalia, que en su reciente libro ‘Yo acuso’ denuncia su propio calvario de la ablación. Es un libro valiente en el que, sin complejos, denuncia que en muchos países la religión musulmana domina sobre los derechos humanos, y en aquellos con regímenes islámicos las niñas están condenadas al sometimiento, a la violencia y a la humillación permanentes.
Con la inmigración, la ablación ha saltado a muchos países de Europa y, en muchos casos, los padres ya ni viajan hasta sus lugares de origen para que sus hijas sean mutiladas, porque lo hacen en nuestros propios países. ¿Pedirán los del multiculturalismo que la ablación se incluya también en la seguridad social?