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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Corazonada

“¡Mira que lo sabía!” ¿Cuántas veces nos hemos dicho esta frase? Vivimos en un mundo extraordinariamente racional, que ha despreciado demasiado el poder de la intuición. Educamos la razón (y está bien que se haga) pero rechazamos la intuición. El exceso de razón es precisamente lo que nos lleva, a veces, a tomar decisiones erróneas ¿Cuántas veces no habríamos acertado con la intuición inicial? ¡Y cuánto tiempo habríamos ahorrado, sin darle tantas vueltas a lo mismo! Aunque esto no debe tomarse como una justificación para evitar razonar, muchas veces largos y sesudos procesos de análisis sólonos llevan a confirmar la intuición inicial.
 
El último premio Príncipe de Asturias de Investigación, el neurólogo Antonio Damasio, afirma que la decisión correcta exige “razón, conocimiento y emoción”. Su primer libro, titulado El error de Descartes (el título ya lo dice todo), trata del valor de las emociones y de cómo nos ayudan a tomar decisiones. Es decir, que hay que tener en cuenta la competencia emocional y no sólo la competencia intelectual.
 
De todo esto, de cómo pensamos sin pensar, trata el último libro de Malcolm Gladwell, La inteligencia intuitiva, cuyo subtítulo es ¿Por qué sabemos la verdad en dos segundos? (un libro fácil de leer que recomiendo para este verano). Para Gladwell, pensar está sobrevalorado. Hay formas de razonamiento intuitivo que nos permiten dar respuestas más rápidas y eficaces. Además de reivindicar ese extraño poder de las primeras impresiones, la novedad es que defiende y demuestra que la intuición se puede cultivar. Tenemos una tendencia excesiva a dar explicaciones de cosas para las que no tenemos ninguna explicación. ¡Cuidado!, no estamos hablando de algo irracional, sino de ese pálpito interior.
 
En una época de sobreinformación como la nuestra, poder trabajar con una cantidad mínima de información no tiene precio. Más información no tiene por qué ser más rentable. Pero como no sabemos de dónde proceden nuestras primeras impresiones, desconfiamos de ellas, cuando en realidad tienen que ver con el desarrollo de una zona de nuestro cerebro: el sistema educativo nos enseña a desarrollar el hemisferio cerebral izquierdo, el de la lógica y la razón; y no adiestramos el otro hemisferio, que es donde se encuentra la intuición.
 
En español hay muchas expresiones para esto: “A primera vista, corazonada, sexto sentido, barruntar algo, qué ojo tiene, intuición femenina, tener olfato, es cuestión de instinto, tuve ese presentimiento, algo me dijo que…”. Eso que llamamos corazonada es en realidad un impulso intuitivo de nuestro cerebro. Casi siempre las decisiones más acertadas son las más difíciles de explicar. Si hiciéramos más caso a nuestra intuición, no nos repetiríamos más de una vez ese “¡Mira que lo sabía!”.

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Por Mayte CIRIZA

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