Hace unos días coincidí con una antigua compañera de pupitre, que me contó que llevaba dos meses de baja por estrés. Es el suyo un trabajo vocacional, en contacto permanente con personas, que es lo que te somete a más tensión. Curiosamente, siempre había querido ser enfermera, y desde pequeña siempre se preocupaba por los demás y se implicaba personalmente a fondo en todo lo que hacía. Si de alguien no me podía esperar una baja por ansiedad era de ella.
Casualidades de la vida, al día siguiente leía un artículo en el que se hacía referencia a un estudio de la London School of Economics, según el cual en el Reino Unido hay más personas con baja por algún tipo de depresión que parados. No tenemos los datos en España, pero, en cualquier caso, además del problema personal que implica esta enfermedad, hay también una dimensión social y económica, un impacto considerable en las empresas por lo que supone de pérdida de productividad y, por lo tanto, en el bolsillo de todos.
Como explica Enrique Rojas en su último libro, “Adiós, depresión”, afortunadamente, cada vez se curan más las distintas formas de depresión, cerca del 90%. Además de los tratamientos médicos, también nos cura estar activos, reírnos (la risa es la mejor de las terapias), el ejercicio físico (que tiene tantos beneficios mentales como físicos), disfrutar del tiempo libre, un estado de ánimo positivo y optimista (que nadie te amargue la vida), las relaciones sociales, disponer de tiempo para la familia y para uno mismo o, simplemente, hablar con los demás (el caso es hablar). Nuestra mente lo puede todo, pero hay que “programarla” para estar a gusto y satisfecho con uno mismo, para tener la fuerza interior necesaria para vencer las dificultades y seguir adelante.
Algo que ayudaría mucho es que en el trabajo, donde tanto tiempo pasamos, se fomenten climas de confianza laboral, se potencie el trabajo en equipo, que todo sea más humano, menos competitivo, y se creen entornos amables y agradables que absorban el estrés negativo y que eviten que estemos “quemados” en el trabajo.
Una de las cosas que más me llaman la atención es que en las empresas todos felicitan a los jefes por los buenos resultados, pero quienes los hacen posibles no aparecen nunca en los titulares. Uno de los mayores activos de la empresa es el “capital psicológico”, que se incrementa cuando a uno le hacen sentirse valioso, cuando se alimenta su autoestima reconociendo su trabajo. La cuenta de resultados es también la suma de la satisfacción personal de cada uno de los empleados. Porque el éxito no es sólo de los jefes: el éxito es de todos.