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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Cambio superficial

Me acordaba la pasada Semana Santa, en la playa, del
programa “Cambio radical”, porque unos días de vacaciones sí que suponen un
cambio radical, y sin tener que pasar por el quirófano. Te sacudes radicalmente
el estrés, los horarios de trabajo y del cole, las actividades extraescolares y
los problemas, aunque sólo sea por unos días. Es un cambio radical pero al
revés: te pones ropa cómoda, deportivas, te olvidas del rimel, del maquillaje y
hasta del móvil.

En el programa de televisión, sin embargo, los
concursantes se sacuden los complejos a base de bisturí, con operaciones que
cambian su aspecto. Por lo visto hay muchas personas que piensan que su vida
cambiará radicalmente si tienen más pecho, menos michelines o la nariz más
pequeña. El programa original viene de Estados Unidos y desde luego no ha
pasado desapercibido.

Una cosa es ese legítimo deseo de querer tener el
mejor aspecto posible: por eso hacemos ejercicio, cuidamos nuestra alimentación
o elegimos nuestra ropa (de hecho nuestro aspecto físico es la tarjeta de
presentación inicial). Y otra cosa muy distinta es que la apariencia física sea
el valor supremo, por encima de todo. Pero en este caso creo que la clave es
otra.

Lo fácil es meterse con el programa, pero para los
participantes es, sin duda, una oportunidad de reconciliarse consigo mismos. Lo
malo de no tener medios económicos para hacerlo de otra forma es que tienen que
airear todas sus miserias y desgracias en público. Esta es la clave, no el
hecho de que se operen, sino esta otra forma de telebasura: que unas personas
se arriesguen a humillarse públicamente para conseguir el bisturí que les de la
felicidad, esa mejoría en su aspecto que les aportará la autoestima que no
tienen.

Por desgracia estamos ya acostumbrados a programas en
los que se airean las miserias morales, sexuales, de celos o de negocios, pero este
es un paso más en la telebasura. Tienes que desnudarte emocionalmente ante la
audiencia -el nuevo circo romano- para que levanten el pulgar y te concedan la ansiada
cirugía. Definitivamente, la intimidad no es fácil en una época como la
nuestra, en la que parece que hay que contarlo todo: con quién te acostaste la
noche anterior o ese complejo que no te deja vivir. Nuestra sociedad quiere
visibilidad y la intimidad se ha convertido en un lujo.

Ojalá se pudiera hacer un programa de cambio radical
de valores, en el que se saliera queriendo leer más, sabiendo apreciar una obra
de arte, con más armonía o con más capacidad de perdón y de afecto (los afectos
son el mayor patrimonio de las personas). Ese sí que sería el verdadero cambio
radical, porque esto otro, mucho me temo, que sólo sea un cambio superficial.

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Por Mayte CIRIZA

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