
He aprovechado este comienzo lluvioso de mayo para
hacer limpieza de libros infantiles ya leídos y vídeos de dibujos animados que
ya ni mi hija pequeña ve. Y afanada en esta tarea, me encuentro con los vídeos
de la serie “La abeja Maya”. Recuerdo que en mi infancia, como también mis
hijos luego, pasé muchos ratos divertidos con aquellos dibujos animados que
transcurrían en un país multicolor en el que las abejas eran las protagonistas.
Ahora también lo son, pero por otra razón bien
distinta: están desapareciendo millones de abejas en todo el mundo sin que
apicultores ni científicos puedan dar una explicación segura. Es una noticia
que puede no parecer importante, pero sin abejas no sólo no hay miel (ni la
jalea real de los estudiantes a fin de curso), sino que nos quedaríamos sin
polinización y, por tanto, se verían amenazados muchos cultivos, desde los
melones hasta las almendras. Las pérdidas económicas previstas en las cosechas
de los países afectados están valoradas en miles de millones de euros.
La voz de alarma se ha dado primero en Estados
Unidos, donde lo que se conoce como “síndrome de despoblación de la colmena” ha
afectado, por ahora,a una cuarta parte de los
enjambres del país, y se está produciendo yaen
todo el mundo. Es, de nuevo, la globalización, en este caso apícola.
Se han apuntado como causas desde los pesticidas a
las ondas de los móviles, pasando por el cambio climático, pero parece que es
un parásito asiático lo que acaba con las abejas en un santiamén. Lo cierto es
que no se trata sólo de la disminución del número de estos insectos tan
necesarios para las personas. El asunto va más allá porque, según apuntan
muchos de los expertos, el propio comportamiento de las abejas se ha
trastornado drásticamente: una vez que salen de sus colmenas, las abejas no
saben volver a «casa», están desorientadas.
Siempre se han utilizado las colmenas como modelo de
organización en la naturaleza. Mucho me temo que lo que les ocurre a las abejas
podría ser un reflejo de lo que pasa en nuestra sociedad. Soportamos tantos y
tan bruscos cambios -no sólo el climático-, tantos comportamientos anómalos e
inexplicables, que estamos también un poco desorientados. La pérdida de muchos
puntos de referencia, el relativismo moral, ese vivir en un permanente y
frenético estrés, quizá en busca de las mieles de un falso éxito social o
profesional, nos tiene más desorientados que a las abejas. Valores básicos como
la familia, el esfuerzo, la compasión, parece que, como las abejas, están de
capa caída.
De momento seguimos siendo capaces de volver a
nuestra colmena particular, pero no es menos cierto que en ocasiones nos
parecemos a esas abejas, en este caso descarriadas.