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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Más lejos, más alto, más fuerte…

El Tour que acabó el pasado domingo nos ofrece, por un lado, un ejemplo admirable, el del joven ganador de este año, Contador, un modelo de sacrificio y esfuerzo que va más allá de la propia victoria. Y por otro, nos plantea la otra cara del deporte de competición, los nuevos casos de dopaje, esa termita que anida en el deporte de élite.

Es admirable el ejemplo del madrileño de 24 años, Alberto Contador, que ha superado una operación de aneurisma cerebral hasta ganar este Tour (impresiona la cicatriz en la cabeza, de oreja a oreja). Su caso recuerda al americano Armstrong, ganador de siete Tours, que venció un cáncer de testículos.

Frente a este modelo de superación personal, nos hemos vuelto a encontrar con la trampa del dopaje por el anterior líder de la carrera y otros corredores más. Los propios organizadores del Tour son los que tendrían que replantearse una carrera que no parece pensada para seres humanos. Habría que reflexionar sobre la brutal exigencia a los deportistas profesionales: los espectadores siempre pidiendo más y más, millones de personas pendientes de la victoria final, que está al alcance de ese reconstituyente.

Pero no nos engañemos, el dopaje no habita únicamente en la alta competición. No sólo los deportistas profesionales se dopan. Aunque hay pocos datos del uso de sustancias químicas por quienes pretenden mejorar su rendimiento o su aspecto físico, su consumo está demasiado extendido y es un boyante negocio. Además, son productos adquiridos sin control oficial, por lo que muchas veces no saben ni lo que están consumiendo: estimulantes, hormonas, diuréticos, opiáceos, anabolizantes… son parte de un enorme mercado clandestino. Pueden llegar a modificar los rasgos sexuales, causar impotencia o crear serios problemas psicológicos, pero a los que los utilizan sólo les importa lucir el cuerpo o conquistar nuevos récords, aunque sea a costa de su salud.

En el deporte, como en la vida, la mayor grandeza es ser coherentes y honestos con nosotros mismos, presentarnos tal y como somos, y no colgarnos falsas medallas. La autenticidad en la vida diaria es uno de los valores más importantes, es un regalo para nosotros mismos y para los demás, porque nos permite ser más independientes, tener mayor autoestima, relaciones más sinceras y enriquecedoras, que nos llenan más y que nos hacen ser más felices.

El dopaje es la falta de autenticidad en el deporte. Los deportistas son el espejo en que muchas personas se miran, especialmente los jóvenes, y transmiten la capacidad de esfuerzo, de sacrificio y de superación. En el ciclismo, en el deporte en general, hay que competir, como en la vida, con la grandeza de ser uno mismo. Por eso, al lema olímpico ‘más lejos, más alto, más fuerte’, habría que añadir… ‘y más auténtico’.

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Por Mayte CIRIZA

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