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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Una vida más lenta

Tengo no sé cuántos correos electrónicos sin contestar, prefiero no mirar las llamadas perdidas en el móvil, el buzón de voz está lleno, y no sé ni cuándo empezar a escuchar los mensajes. No llego, tengo que cerrar dos temas, y cuando por fin saco media hora, media, en las últimas semanas para ir a depilarme, me llaman para una reunión de ésas que llaman de trabajo y que, si faltas, parece que se hunde el mundo.

Las nuevas tecnologías han acercado y acelerado todo, han hecho que todo tenga que estar al instante, al momento. La urgencia es la norma y no tenemos tiempo para nada. Vivimos obsesionados por la prisa, por la rapidez, bajo la tiranía del reloj.

Leo, el pasado fin de semana, una entrevista con Carlo Petrini, el fundador de la tendencia “comida lenta” (slow food), en la que señala que “buscamos la felicidad en el exceso y acabamos tirando la comida” (donde dice comida léase cualquier otra cosa). La comida lenta frente a la comida basura (en inglés es “comida rápida”). Esta tendencia “slow” se ha extendido a otros ámbitos de la vida y cada vez cuenta con más seguidores: desacelerar, convencernos de que la calidad de vida está en reducir el ritmo cotidiano, disfrutar de la familia, de los amigos, de la lectura, de los viajes (no hay por qué verlo todo), del sexo lento.

El símbolo de este movimiento es un caracol, y no hay que ser un bohemio para seguir esta tendencia. Se trata de asumirla con normalidad, reduciendo las prisas y ganando espacios para saborear el presente.

Pero no hay que confundirse. No se trata de ser lento en el trabajo: la vida lenta no es ineficacia en el trabajo, más bien consiste en marcar un ritmo distinto en la vida privada, en aprender a decir “no” de vez en cuando, en curarse de la “enfermedad del tiempo”, según la cual el tiempo se aleja y para alcanzarlo hay que ir más y más rápido. Precisamente, la eficacia en el trabajo te permite ganar tiempo. Además, las personas que concilian la vida personal y laboral –es decir, que tienen tiempo- son mucho más competentes y efectivas, a ver si nos metemos esto en la cabeza de una vez.

La falta de tiempo no es sólo un problema personal, es un problema social. Y eso que en ciudades como la nuestra no perdemos tanto tiempo como en las grandes ciudades para ir al puesto de trabajo y volver a casa. Las administraciones tienen que trabajar para ahorrarnos la mayor cantidad de tiempo posible. Por cierto, en un estudio de finales del año pasado, en todos los países de Europa, en todos, que se dice pronto, los hombres tienen más tiempo libre que las mujeres.

Hay que reivindicar mejores horarios para vivir mejor. Tenemos que reconquistar el tiempo. Nos ponemos tantas metas que nos olvidamos de que la meta es la propia vida. Una vida a menudo devorada por el frenesí y la velocidad que nos envuelven en una vorágine sin sentido, de la que sólo saldremos si empezamos a vivir una vida más lenta.

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Por Mayte CIRIZA

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