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Mayte Ciriza

Que quede entre nosotros

Todos tiñosos


“¡Se ha hecho algo en la cara, te lo digo yo. Antes tenía muchas más arrugas. Mira, mira los ojos, fíjate bien. Pero si tenía patas de gallo y ahora casi no se le notan. Porque tener, sigue teniendo, eh, sigue teniendo. ¿A quién se creerá que engaña? Fíjate en las manos, le delatan, las tiene llenas de manchas!”. “¡Menudo pedazo de todoterreno que se ha echado, para presumir. Pero si no va nunca al monte, ya te digo yo, si no lo necesita. Y lo que ocupa al aparcar. Lo hace para impresionar, para chulear, estoy seguro!”.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado escuchando comentarios parecidos o incluso haciéndolos? Pero una cosa es un comentario –por mal que esté-, y otra muy distinta es consumirse por dentro anhelando una sesión de bótox como la de fulanita, o deseando un coche como el de menganito. Son los que militan en el partido de “si tú tienes tres, yo quiero cinco”. La frontera entre el cotilleo y morirte de envidia está en la alegría por el mal ajeno.

Si uno piensa que es feliz, es la prueba de que es feliz. La envidia, en cambio, te quita la felicidad, y en la vida, de lo que se trata es de acumular momentos felices. Por eso el envidioso es, por encima de todo, infeliz, desgraciado, no perdona el éxito de aquéllos a los que conoce, no soporta el entusiasmo de los que le rodean, no aguanta que alguien destaque o sobresalga, siempre está al acecho para difamar, para calumniar, para afear una conducta ajena. Detrás del envidioso hay alguien inseguro, con un sentimiento de inferioridad, que no es capaz de reconocer sus propias limitaciones y la única manera de sobresalir es evitar que los demás brillen. El envidioso siempre está pendiente de la vida de los otros y se compara sin parar, sin darse cuenta de que siempre hay alguien que nos va a superar en algo o en todo. Como escribía Bertrand Russell: “Napoleón envidiaba a César, César envidiaba a Alejandro Magno, y Alejandro Magno envidiaba a Hércules, quien probablemente nunca existió”.

La envidia es ese mal que habita en nosotros. La publicidad explota terriblemente esta tendencia humana y nos muestra imágenes que alientan nuestra envidiosa rivalidad. Y muchos anuncios lo hacen, además, de una forma explícita. Pero uno de los secretos de la felicidad es relativizar. Relativizar tanto el éxito como el fracaso, porque incluso el fracaso no es más que una oportunidad para mejorar, para superarnos.

El punto G que unos ginecólogos italianos han localizado hace unos días con ecografías lo tienen –dicen- unas mujeres sí y otras no. No sé si creerme que no todas lo tienen, pero en cuanto a la envidia -a falta de trabajos científicos que avancen en el estudio y la localización de los sentimientos y las emociones-, la sabiduría popular ya se ha encargado de sentenciar, para hombres y mujeres: “Si la envidia fuera tiña… todos tiñosos”. Pero unos más que otros.

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Por Mayte CIRIZA

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