Ahora que vamos volviendo todos de vacaciones y nos topamos con el estrés del día a día, con las prisas, con los horarios y con la crisis, me ha alegrado especialmente leer que un investigador riojano, Alfredo Martínez, lidera un grupo de investigación que ha descubierto un gen que protege al cerebro de la ansiedad y el estrés, tal como se ha publicado en una prestigiosa revista de
Una de las cosas que más me ha llamado la atención en este importante descubrimiento es que Alfredo Martínez –como afirmaba en una entrevista la semana pasada en este periódico- se ha tirado nueve años trabajando junto a su equipo hasta que ha podido publicar algo. Realmente la paciencia es la madre de la ciencia. Me imagino a tantos como él trabajando honestamente cada día, durante años, sin conseguir resultado alguno. En este mes de Juegos Olímpicos tenemos cercano el ejemplo de tantos deportistas que después de entrenar duro durante años no consiguen medalla. En la investigación cuántas veces no pasará algo parecido, aunque en este caso, el riojano, sí ha conseguido medalla.
Me parece apasionante la investigación genética, que abre tantos caminos para conocer cómo funcionamos, por qué tenemos unas determinadas predisposiciones, en definitiva, por qué somos como somos. Pero la genética no lo es todo, el factor externo es decisivo, las personas nos movemos más por nuestras actitudes, creencias y pasiones que por los instintos. Todos tenemos este gen del estrés, pero no todos lo desarrollamos igual. Los posibilidades médicas de esta investigación son enormes, no sólamente para paliar el estrés y la ansiedad excesivos –o para meterle un poco de estrés a algunos, entendido como estímulo en el trabajo- sino que también podría ayudar en la lucha contra el Alzheimer o el Parkinson. Ahí es nada.
El término estrés se ha hecho muy popular y se ha convertido casi en una palabra comodín, aceptada socialmente, de forma que no tenemos que decir “estoy angustiado” o “asustado, agobiado, desbordado, abrumado o deprimido”, que es más comprometido.
El estrés en sí no es algo negativo, un cierto grado de estrés es inevitable, e incluso necesario, porque nos mantiene en forma y nos estimula. El problema es cuando tenemos mucho estrés o cuando es continuo (por eso conviene parar de vez en cuando), porque entonces nos desbordamos y nos agotamos emocional y físicamente. Para hacer bien las cosas es necesario, incluso bueno, sentir una cierta presión, tanto en el trabajo como en los estudios o en el deporte, pero, como todo, sin exceso.
Ayer mismo podíamos leer en este periódico que la vuelta de las vacaciones provocan una avalancha de bajas laborales en
